Desapegos y otras ocupaciones.

domingo, 19 de febrero de 2023

UNA CIERTA AURA


Hay veces en que te sientes como si te hubieras puesto en pie demasiado deprisa a pesar de estar echado en la cama, medio dormido. Oyes la sangre que fluye y se precipita en tu cabeza, experimentas la sensación vertiginosa de estar cayendo. Sientes un cosquilleo en manos y pies, luego las extremidades desaparecen. Ya has vuelto a posicionarte en el lugar erróneo. Solo se tarda un minuto; se tiene el tiempo suficiente de aguantar y debatirse (con el riesgo añadido de hacerse daño o romper preciadas posesiones), hasta que te deslizas por el pasillo enmoquetado en un color verde bosque de un cierto Motel 6 en Atenas, Ohio, a las 4.16 de la mañana, un lunes 6 de agosto de 1981, y te golpeas la cabeza contra la puerta de alguien, lo cual provoca que esa persona, una tal señora Tina Schulman, de Filadelfia, abra esa puerta y empiece a chillar porque hay un hombre desnudo y desvanecido a sus pies sobre la moqueta quemada. Te despiertas conmocionado en el hospital del condado, y con un policía sentado al otro lado de la puerta, escuchando el concurso de Phillies en un radiotransmisor que crepita. Por suerte, te pierdes de nuevo en la inconsciencia y te despiertas horas después en tu cama, junto a tu esposa, quien se inclina hacia ti con el rostro visiblemente preocupado.



A veces estás eufórico. Todo es sublime y las cosas revisten una cierta aura, pero, de repente, sientes unas náuseas intensas y desapareces de nuevo. Sales disparado hacia unos geranios situados en un barrio residencial o sobre las zapatillas de tenis de tu padre, o bien aterrizas en el suelo de tu cuarto de baño tres años atrás, o en un caminito de madera del parque del Roble, en Illinois, alrededor de 1903, o en una pista de tenis en un precioso día de otoño de la década de 1950, o bien caes sobre tus pies descalzos en una amplia variedad de tiempos y espacios.

   ¿Qué se siente?

   Se siente exactamente lo mismo que en esos sueños en los que de pronto nos damos cuenta de que tenemos que hacer un examen para el que no hemos estudiado, estamos desnudos y, encima, nos hemos dejado la cartera en casa.

   Cuando me encuentro ahí fuera, en el tiempo, me invierto, trocado en una versión desesperada de mí mismo. Me convierto en un ladrón, un merodeador, un animal que huye y se oculta. Asusto a las ancianas y sorprendo a los niños. Soy un truco, una ilusión sofisticadísima, increíble puesto que, en realidad, existo.

AUDREY NIFFENEGGER - "La mujer del viajero en el tiempo" - (2003)


Imágenes: Chiharu Shiota

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.