Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 3 de diciembre de 2022

LAS MANOS SUPONÍAN UN PROBLEMA


Las manos suponían un problema. No era capaz de mirarse las manos, por ejemplo. Practicaba pequeños gestos como los que hacía su hermana, pero con los ojos cerrados. ¿Qué haces, Anne? Nada. No hago nada. Pues pareces boba con los ojos cerrados y palpándote la cara. Vale, no lo cuentes, pensaba Anne. Mantén la boca cerrada, Anne, se decía. Y abría los ojos y cerraba la boca y se sentaba quieta para evitar llamar la atención. Algo imposible.

Las manos de Suzie, en cambio, las manos de Suzie eran preciosas como pajarillos. Nunca quietas, siempre revoloteando arriba y abajo, anidando en su pelo, volando a ras de sus pechos a estrenar, bebiendo a sorbitos de las comisuras de su boca. Arriba y abajo, arriba y abajo, tenían vida propia, atareadísimas. Anne deseaba unas manos como aquellas, manos como pajarillos calvos, que teclearan igual con sus picos lacados. Pero las manos no eran su único problema. La habitación compartida suponía un problema, porque Anne no tardaba en tropezar con la cama o con el tocador, o volcaba la lamparita o daba contra el ropero.



Anne aparta tu culazo de esa condenada ventana que la habitación se está helando, por ejemplo. ¿Qué es lo que quieres asomada a la ventana a estas horas de la mañana?

Quería ver cosas. Para empezar, quería ver a su padre. No le habría importado que él hubiese mirado hacia arriba y la hubiese visto, pero estaba demasiado ocupado con la oscilación del primer pedaleo, metiendo por encima del hombro el almuerzo en la mochila. A su padre todo se le hacía difícil. Lo tenía todo en contra: mantener la bici en equilibrio al coronar la colina, y la mochila, cuya solapa siempre estaba del revés, trasteando con ella a la hiriente media luz de camino a la nave avícola. Tenía el cogote como un pollo desplumado y movía la cabeza al ritmo de la bicicleta, adelante y atrás, adelante y atrás, y la bicicleta zigzagueaba como hacían los pollos, hasta que se ponía en marcha. Ahora era una mujercita, caray si era una mujercita. Ya no le hacía falta ningún padre. Ella lo sabía. Adiós, Annie. Adiós, papá. Sé buena.

Nada, ya ni siquiera eso.

Pero si su padre no le brindaba ninguna compañía, no era el caso de la luna. La luna no quitaba ojo a Anne. Se habría conformado con la luna, si Suzie no se hubiese quejado. La luna le gustaba porque tenía la cara blanca igual que ella y porque sabía cómo empequeñecer. Adiós, luna. Adiós, Anne, que pases buen día.

LAURA BEATTY - "La poda" - (2008)


Imágenes: Mike Howat

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