Desapegos y otras ocupaciones.

viernes, 23 de diciembre de 2022

UN HILO DE SALIVA


Apenas Rodrigo cierra la puerta, un hilo de saliva empieza a descender por mi labio inferior. A través de la ventana veo desaparecer su moto por la esquina de Mosqueto. Hay nubes negras en el cielo.

Tendré que bajar al almacén de Don Rata, un hombrecillo silencioso que desparrama su tedio sobre el mostrador de su madriguera siempre abierta, siempre atiborrada de golosinas un poco añejas y empolvadas. Es repugnante, pero no tengo otra opción. Bajo las escaleras corriendo. Cuando alcanzo la calle me detengo. No puedo aparecer así, Don Rata con sus ojos vigilantes descubrirá el sudor en mis manos, el corazón acelerado de ansiedad, mi boca seca añorando un alimento para enjuagarse. Debo guardar la calma, intentar una sonrisa, idear una buena estrategia. Hay un silencio irreal, debe ser el viento tibio y violento que levanta las hojas de los plátanos orientales anunciando la lluvia. De pronto siento unos pasos que en pocos segundos se hacen más fuertes. El frío que he sentido todo el día se agudiza. Escucho una voz de mujer que grita mi nombre. Alguien me ha descubierto. Quiero esfumarme, desaparecer, morir. Me doy vuelta. Veo sus ojos punzantes sobre los míos.



—¿No van al bar esta noche? —me pregunta. Ahora la reconozco, es una alumna de la escuela de teatro que siempre ronda a Rodrigo; la ahorcaría, pero no sé qué fuerza divina me detiene.

—Ya estuvimos ahí. Qué pena, te lo perdiste —le respondo con sequedad y me quedo mirándola. La chica esboza una sonrisa y desaparece con la misma rapidez con que surgió. Estoy nuevamente sola en la calle. Veo mi monstruoso reflejo proyectado sobre el escaparate; aparto la vista, respiro hondo y entro.

—Por suerte su almacén está siempre abierto —le digo a Don Rata—. Rodrigo acaba de decirme que invitó a una tracalada de amigos y no tengo nada que darles. ¡Imagínese, a esta hora! Quiero tres paquetes de papas fritas, de los grandes, y cinco de maní, ¿tiene otra marca que no sea ésta? Ah, y unos cuatro paquetes de ramitas, de esas saladas que tiene allá arriba, y esos quequitos envasados, unos seis estarán bien. Deme también un pan de molde, mantequilla y unos trescientos gramos de queso. Además, necesito un pote de helado, hay uno de chocolate con avellanas que dicen no está nada de mal, un par de paquetes de galletas para el café y tres botellas de Coca-Cola. 

Si bien yo no bebo, saco dos botellas de vino para hacer la visita de mis amigos más creíble. Salgo con tres bolsas grandes de plástico, dos con alimentos y otra con botellas; el asistente de Don Rata me ayuda a subirlas hasta el quinto piso. Cuando cierro la puerta, mi corazón se vuelve a acelerar, de un envión vuelco las bolsas sobre la mesa, ruedan los bollos, el pan, los paquetes de maní. Los ojos se me nublan, me tiemblan las manos, abro con urgencia los envoltorios, quiero ver ese túnel de alimentos donde solo yo puedo entrar. Miro el reloj, tengo tres horas antes de que llegue Rodrigo, para ese entonces no deberá quedar ningún rastro de todo esto.

CARLA GUELFENBEIN - "El revés del alma" - (2002)


Imágenes: Karlotta Freier

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