Desapegos y otras ocupaciones.

lunes, 19 de septiembre de 2022

SIN UN ÁPICE DE DESESPERACIÓN


La tarde flotaba sobre la tienda y el crepúsculo se hundía en los rincones. Butkins se tragó un bostezo, abstraído junto a la ventana. Morgan construía una especie de elaborada hélice, destinada a impedir que las ardillas accedieran al comedero de pájaros. Lijó cada paleta cuidadosamente y la encajó en su sitio. Con este tipo de trabajos se sentía satisfecho y útil. Le hacían pensar en su padre, un hombre metódico que hubiera sido mucho más feliz como carpintero que como profesor de lengua en un instituto. «Una cosa en la que nuestra familia siempre ha creído», solía decirle, «es en la calidad de las herramientas. Compra siempre las mejores: acero forjado y troquelado y mangos de madera dura. Y luego cuídalas bien. Cada una en su sitio y todas engrasadas.» Era la única filosofía que había formulado abiertamente. Ahora Morgan se adhería a ella como si fuera algo grabado en piedra. Su padre se había suicidado durante el último año de bachillerato de Morgan. Sin un ápice de desesperación ni de mala salud (aunque siempre había sido un tanto sordo), había cogido una habitación en el Motel Parpadeo Somnoliento, una brillante tarde de abril, para rajarse las muñecas con una hoja de afeitar.

 


Morgan había pasado gran parte de su vida intentando comprender por qué. Lo único que buscaba era una buena razón: deudas, cáncer, chantaje, un amorío ilícito; nada le habría impresionado. Cualquier cosa hubiera sido preferible a esta nebulosa ambigua y difusa. ¿Acaso su padre había sido desgraciado en su matrimonio? ¿Había caído en las garras de algún chantajista? ¿Cometido un asesinato? Morgan registró su correspondencia, robó la llave de su escritorio y su archivador de cartón. Interrogó a su madre sin piedad; pero ella no parecía saber más que él, o quizá simplemente no quería hablar del tema. Iba de un lado a otro silenciosa y agotada. Se había puesto a trabajar en la guantería Hutzler. Poco a poco Morgan dejó de preguntar. Últimamente había comenzado a posarse sobre él, de forma tan imperceptible como una capa de polvo, la idea de que, posiblemente y después de todo, quizá no existiera razón alguna. Tal vez el interés de su padre por la vida había ido menguando hasta agotarse del todo. ¿Era eso? Morgan se resistía a creerlo y cada vez que lo pensaba rechazaba la idea. Incluso ahora, a menudo examinaba con atención el archivador que había robado, pero siempre encontraba lo mismo: hojas de instrucciones, ordenadas alfabéticamente, para armar bicicletas, limpiar cortadoras de césped e instalar tubos de aspiradoras. Reparación, reposición, mantenimiento. Paso a paso, cuando hayas concluido con el segundo, te saldrá seguramente el tercero.

ANNE TYLER - "El tránsito de Morgan" - (1980)


Imágenes: Trevor Traynor

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