Desapegos y otras ocupaciones.

viernes, 23 de septiembre de 2022

NO PODÉS ESCONDERTE DEL DOLOR


La noticia se la da su madre, por teléfono, y Hernán la toma como viene tomando las noticias desde hace cinco años: como si un pájaro sin gracia volara casualmente sobre él. No es que a Hernán le sea indiferente, todo lo contrario. Es una limitación química: una medicación que, justamente, lo limita y lo contiene. Y Hernán es consciente de eso en cada instante, lo elige, lo necesita.

La mujer, entonces, se muere: le llegó el momento. Un cáncer en los huesos que la castigaba sin piedad desde hacía dos años ahora le había vuelto rancio el cuerpo: «Está viva, pero alrededor de ella ya huele a descomposición». Algo así, brutal, le dice ahora su madre.

—Es muy triste para la familia, Hernán, es muy injusto también —le está diciendo su madre y él piensa en el cáncer: un depredador. Un depredador comiéndose a otro depredador. Un depredador más implacable, un depredador perfecto.

Luego la voz de su madre es la voz del informativo. Impersonal, vocera de tragedias ajenas. Hasta que dice lo único que tiene para decir: que la mujer, en un momento de lucidez, ha pedido verlo. Su madre lo dice así y después agrega:

—Tenés que hacer lo que se debe hacer, Hernancito.



Luego con muchas palabras más de las que hubieran hecho falta dice que a la mujer le quedan horas de vida ligada a un respirador. Y algo de la urgencia de empezar las despedidas.

Hernán corta el teléfono y respira con tranquilidad. No logró expulsar nada. Se da cuenta de que la noticia parece tener vida, y si bien antes había sido el pájaro y todo eso, ahora se mueve y camina por dentro de él, corre por sus venas envenenando la sangre. Exhala largo, una vez más, hasta la última molécula de aire. Cada vez que respira profundo el fármaco lo estabiliza. No hay extremos ni ansiedad: esa pelotita negra, que antes rebotaba enloquecida contra las paredes de su cabeza y de su pecho, se va apaciguando. No porque haya dejado de ser una pelotita enloquecida sino porque las paredes en las cuales habitualmente rebota se ciñen obligándola a trayectorias más cortas, a impactos más débiles y controlados. Las paredes se ciñen más y más, hasta que la pelotita cae, sola e impotente, ahogada entre las paredes de litio. Y es entonces cuando Hernán deja de sentir, y no sentir es, justamente, sentirse bien. Perfectamente bien.

Finalmente su madre corta y él sale al trabajo. Logra olvidarse y pasa dos días enteros metido en su trabajo, sin pensar en su madre, sin pensar en la mujer. Pasados esos días, el mensaje desesperado de su madre casi intimándolo a «hacer lo que debe hacer».

—Hernán, no podés esconderte del dolor, hijito.

PABLO RAMOS - "El camino de la luna" - (2012)


Imágenes: Noritaka Minami

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