Desapegos y otras ocupaciones.

miércoles, 7 de septiembre de 2022

NO CREO EN DIOS, PERO POR SI ACASO


La madre de Bami montó por entonces un altarín con estampas devotas, una terracota de Jesucristo con la cruz a cuestas, dos velas y una foto de su marido encima de la mesa camilla del salón, y por las noches, antes de acostarse, mandaba a su hija que se arrodillase a su lado a rezar.

—Hija, no creo en Dios, pero por si acaso.

La madre bisbiseaba sus plegarias juntando las manos bajo la barbilla. Los párpados cerrados transmitían una serenidad de trance a su perfil. De rato en rato Bami la escrutaba de reojo, conmovida de su unción sin esperanza, mientras recitaba con susurro maquinal versículos del Señor, a tu misericordia nos acogemos aprendidos de pequeña en la escuela.

—Tu padre es robusto y luchador. Conque, desengáñate, si no vuelve es porque se lo habrán tragado las aguas. ¿Tú qué piensas?

Bami se encogía de hombros.

—Ay, niña, no hay diferencia entre estar contigo y estar sola.

Bami se afanaba, al borde de las lágrimas, por aplacar los reproches de su madre buscando en el resplandor de las velas alguna señal que sirviese de respuesta. Entre rezo y rezo, con disimulo, soplaba hacia las llamas, de modo que según se agitasen éstas en un sentido o en otro conjeturaba si su padre seguía con vida o había muerto. Como el fuego lo mismo se inclinaba para aquí que para allá, y a veces ni siquiera se meneaba, Bami no conseguía poner orden en la confusión de sus presagios.



Deseosa de acabar con la incertidumbre, resolvió una tarde llegarse al salón sin que lo notara su madre, lanzar un único soplo a las velas y tomar el resultado, cualquiera que fuese, por la última y definitiva sentencia del fuego. Éste declaró a su padre vivo. Entonces Bami se dispuso a comunicarle a su madre un mensaje de consuelo; pero aún no había salido del salón cuando llamaron a la puerta de la calle con un puño más rotundo que el de los días anteriores.

Desde lo alto de la escalera, Bami oyó a la gente de la patrulla referir el hallazgo del burro. Después, por entre los barrotes de la barandilla, vio a uno de los hombres sacar de un costal las prendas embarradas de su padre. Esa noche no hubo rezos en el salón. Su madre, sobre las once u once y media, dejó de emitir lamentos y gemidos. Secó sus ojos con un cabo del delantal y adoptó aquel gesto de abulia, de tristeza larga y resignada que no la habría de abandonar durante varios meses. Bami no dudó en restañarse las lágrimas, pues le daba apuro llorar después que su madre hubiera dejado de hacerlo. A la mañana siguiente, cuando entró a preparar el desayuno, Bami descubrió dentro del cubo de la basura los cachivaches sagrados del altarín.

FERNANDO ARAMBURU - Bami sin sombra" - (2005)


Imágenes: Craiyon

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