Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 11 de junio de 2022

TAL VEZ DEBERÍA ESCRIBIR EN RUSO


Tal vez debería escribir en ruso. En ruso, las palabras se ordenan de otra manera. En rumano recuerdo con más claridad. Quiero contaros todo. Ángel o demonio, ¿cuál elegir cuando ambos persiguen lo mismo? Me habría aferrado incluso a una cuchilla si me hubiera acariciado y me hubiera arrojado pan. Detrás de aquella puerta estrecha y sucia se abrió ante mí un mundo entero. La franqueé sin pensarlo, con el miedo de una niña que hasta entonces había vivido tan solo de los restos. Desde que había llegado a Chisináu, me había forjado una vida con un sol en el centro: Tamara Pavlovna. Brillaba, quemaba y lo convertía todo en ceniza. ¡Era como un ave fénix, mi Tamara Pavlovna! Cruel, pero compasiva. Taimada, pero justa. De su lengua y de su astucia se protegían todos como de la peste, pero también a ella recurrían cuando no les quedaba otra. A veces, cuando llegábamos por la noche y ella se soltaba las trenzas para acostarse, me parecía que sus cabellos iban a transformarse en plumas, y su lengua, en una llama hechizada.


El primer día me señaló un rincón. «¡Siéntate y aprende!», eso fue todo. Ella trabajaba sin cesar. Reuniendo o recogiendo botellas, embaucando a los borrachos y adulando al resto de la gente. Multiplicando, redondeando, construyendo con los kopeks el imperio que debería ser, al final, para mí. Cuando hacía algo importante, me preguntaba brevemente si lo había entendido. Si podría, en caso de necesidad, hacer lo mismo que ella. Solo una vez le dije нeт, no, y no le gustó. Ella me enseñó el alfabeto, el nombre de las repúblicas y las monedas. Sobre todo, el dinero hecho de la nada, porque «los números y los rublos no son lo mismo». También los tontos saben contar, pero no saben hacer dinero. Hasta la última moneda era como el icono de su pecho. Su fe de cada día que, a falta de otra, ¿estaba acaso mal?

Lo más importante de todo, sin embargo, era que yo hablara ruso. Tenía que aprender siete palabras cada día. Ni diez ni cinco, siete, y que las aprendiera bien. Cuando me equivocaba, y me equivocaba siempre, doblaba el dedo índice y me golpeaba en medio de la frente. De la rabia, ponía sus ojos sin pestañas en blanco y a mí me daban ganas de pegarme yo sola.

TATIANA TÎBULEAC - "El jardín de vidrio" - (2018)


Imágenes: Minerva del Valle

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