Desapegos y otras ocupaciones.

domingo, 19 de junio de 2022

ESA MUERTE COTIDIANA

 


El vagabundo me coloniza con sus palabras; a partir de lo que él me dice creo poder señalar lo que antes eran sólo pequeñas molestias, pequeñas cosas de mi mundo que me fastidiaban pero a las que no prestaba demasiada atención, como el tedio de las sobremesas de los sábados y los domingos en mi casa. Antes yo tomaba ese tedio que se desprendía del salón como algo casi natural, como una cualidad inmanente al hecho de que fuera sábado o domingo y mis padres no se hubieran ido de viaje, y de repente el vagabundo dice (y no lo hace refiriéndose a mí, pero yo no soy tonta) que todas las familias se dedican a esa muerte cotidiana de sentarse durante horas frente al televisor a ver lo que les echen. Ahora cobra sentido mi exasperación de esas tardes, mi leve sensación de nada, contra la que siempre me he encerrado en mi cuarto o he bajado a la calle para jugar con mis amigos. Aquí lo esencial es que, desde la aparición del vagabundo, y en parte también porque ahora ya ni siquiera puedo bajar a la calle, no me puedo quitar de la cabeza sus palabras. Aunque me encierre en mi cuarto o mis padres me lleven al cine, sigue zumbándome lo de la muerte cotidiana en el salón, y la rabia no se me va rápido, como antes, sino que la arrastro por todas partes, y la cosa es: ¿es esto bueno o malo? 



En el colegio me pasa algo similar: el vagabundo dice que a los niños nos obligan a estudiar para convertirnos en monigotes que ya nunca serán capaces más que de querer las cosas que les enseñan, y si yo antes bostezaba ante los ejercicios de matemáticas y los resolvía como podía para no volver a pensar más en ellos, ahora los hago con rabia. Lo peor es que lo que yo concebía como el mundo adulto, que no entendía, y que me parecía aburrido y desesperante porque aún no era una adulta, he empezado a verlo como una especie de destino trágico que me espera a la vuelta de la esquina, aunque por otra parte todo lo que dice el vagabundo sigue siendo demasiado general. Para el vagabundo no existen las excepciones, mientras que yo siento que a veces el mundo adulto es desesperante y otras no. La consecuencia de que las palabras del vagabundo me acompañen es que yo introduzco la duda dondequiera que voy, y no quiero y al mismo tiempo no puedo evitarlo, porque no tengo armas para luchar contra el discurso del vagabundo, que es como un manto que lo cubre todo, o que si no lo cubre todo desde luego me cubre a mí.



Un ejemplo de esto que digo de que el vagabundo me coloniza con sus palabras es cuando empieza diciendo que a él no le gustaría casarse. Yo le pregunto por qué, y él me dice que la vida de cualquier matrimonio es aburrida, y que la pareja termina odiándose discretamente, y entonces yo pienso en mis padres. Todo esto no lo dice con ninguna intención de hacerme daño, pues lo último que quiere el vagabundo es dañarme, sino que forma parte de una especie de monólogo que parece repetirse a sí mismo sin cesar. Un día me suelta que la muerte no es más que un concepto, como el futuro, y que en verdad no sabemos nada porque la muerte y el futuro no son más que ideas inventadas, y que sin embargo toda nuestra civilización se ha organizado en torno a esas dos ideas para esclavizar a las personas. «Pues mi bisabuelo se murió el año pasado», digo, y él me responde: «La muerte es una manera interesada de nombrar lo que no sabes. ¿Qué es morirse?». «Quedarse tieso y no respirar», digo. «¿Y?» «Pues que desapareces.» «¿Y?» «Pues eso es morirse», digo, un poco violenta, pues cuando el vagabundo insiste en estas ideas me parece un loco.

ELVIRA NAVARRO - "La ciudad feliz" - (2009)


Imágenes: Stepan Chubaev

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