Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 9 de junio de 2022

LA LUZ DIFÍCIL


No dejé de pintar. Nunca dejé de pintar, hasta hace poco. Terminé los trabajos que tenía empezados, e incluso templé más lienzos y empecé otros, pero durante mucho tiempo fue un acto reflejo, como se cuenta de la gente que camina después de que le cortan la cabeza.

Han pasado ya tantos años desde entonces que incluso la pena en mi corazón se ha ido secando, como la humedad en una fruta, y es poco frecuente que el recuerdo de lo ocurrido de repente me agite otra vez, como si hubiera sucedido ayer, y me haga tragar fuerte, para controlar cualquier sollozo. Pero aún ocurre, y la congoja amenaza entonces con doblarme. Pero pasa también que a veces pienso en mi hijo, y los sentimientos son tan cálidos que se me ocurre pensar que la vida es eterna, quieta y eterna, y el dolor, una ilusión. 

(...) Como casi siempre hacen los médicos, mi médico de Bogotá no dijo nada nuevo. No sabía por qué mi ceguera avanzaba tan rápido, pues no se trataba del tipo peor de degeneración macular. Y a la pregunta de cuánto tiempo podría seguir al menos escribiendo, respondió que no lo sabía: que cuando ya no pudiera escribir era porque ya no podía escribir, y que escribiera siempre con mucha luz. ¡Como si me empeñara en hacerlo al oscuro! En resumen, tal y como he dicho ya antes: «Yo no sé nada, tú no sabes nada, nadie sabe nada. El mundo es sólo cadencia y forma».



Después del examen, que fue tan exhaustivo como inútil, almorzamos en un restaurante del barrio colonial y dimos una vuelta en el automóvil por las otras zonas del Centro. Bogotá es intensa, no particularmente bella, vital sí, pero muy dura para con sus habitantes, como una máquina mal engrasada. Ya no puedo ver bien sus cerros, pero durante una época recorrí y admiré mucho el detalle de sus formas, de sus piedras y árboles, de su verticalidad masiva y tan cercana, de su vegetación que tan a menudo se pone de un azul oscuro único, casi metálico, y de sus cielos siempre cambiantes. Como me está pasando hoy con tantas cosas, todo eso ahora ondula, se vuelve líquido, me esquiva…

(...) Aquí en La Mesa a veces hace frío. Mis hijos me trajeron una cobija eléctrica que se ha vuelto uno de los objetos más apreciados de mi casa. Al principio me impresionaba el cordón umbilical que me unía todas las noches al enchufe de la pared. Eso fue después de que se murió Sara, por supuesto, y el mundo se me puso frío. Es la lentitud creciente de la circulación, dicen, lo que enfría tanto a los ancianos. Pero después perdí esa impresión molesta y pensé con cierta ironía que los viejos nos volvemos niños, y que esta de la cobija eléctrica era la primera señal de la niñez circular, la del regreso al vientre más fecundo, el que no tiene nombre. Y ahora se me ocurre que si por algún milagro pudiera volver a pintar, lo primero sería buscar la misma resonancia absoluta del círculo de la caligrafía zen, pero con el tema de agua y luz y piedras que vi una vez en el río Apulo, cerca de la casa de Ángela.

TOMÁS GONZÁLEZ - "La luz difícil" - (2011)


Imágenes: Yellena James

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