Desapegos y otras ocupaciones.

domingo, 1 de mayo de 2022

POR DENTRO, NINGUNO DE LOS DOS SE REÍA

 


Es posible que haya en el mundo gente capaz de leer la mente en contra de su voluntad, y si dichas personas existen, estoy casi segura de que mi marido es una de ellas. Y lo creo por lo que ocurrió la semana en que supe que no tardaría en marcharme, cosa que él ignoraba; sabía que tenía que decírselo, pero no se me ocurría cómo conseguir que mi boca pronunciara esas palabras, y puesto que mi marido es capaz de leer la mente sin querer, aquella semana bebió mucho más de lo habitual, sobre todo ginebra, y también jarras de cerveza que compraba en la tienda gourmet. Entraba en casa dando un sorbo a una lata escondida dentro de una bolsa de papel, y sonreía como si fuera una broma.

Yo me reía.

Él se reía.

Por dentro, ninguno de los dos reía.

La mañana en que me marché, él se levantó de la cama, se vistió y salió del dormitorio. Yo permanecí totalmente despierta con los párpados cerrados hasta que oí cerrarse la puerta principal. 



Me fui del apartamento a mediodía con la mochila a la espalda, y me sentí tan asqueada y absurda que en lugar de entrar en el metro me metí en un bar. Pedí un bourbon doble, a pesar de que es algo que nunca bebo, y cuando el camarero me preguntó de dónde era, le dije que alemana sin motivo alguno, o quizá se lo dije para que no intentara entablar conversación, o a lo mejor porque necesitaba vivir otra historia durante media hora: ser una solitaria mujer alemana que había venido a ver la Estatua de la Libertad y la Square of Time y el Park of Central (en lugar de una mujer que coge un vuelo solo de ida hasta un país donde solo conoce a una persona, la cual solo en una ocasión le había ofrecido su cuarto de invitados, cosa que, al pensarlo detenidamente, parecía ser la clase de invitación que solo se hace a sabiendas de que no se aceptará, solo que ahora era demasiado tarde porque yo la estaba aceptando y… yo qué sé, yo qué sé).

Un hombre sentado en un taburete, a mi lado, a pesar de que ya tenía delante una larga hilera de botellas vacías, pidió un zumo de arándanos a palo seco.

¿Qué problema tienes?, me preguntó. Dime cuál es tu problema, nena.

Lo miré como si no tuviera ningún problema que contar, porque ese es mi problema, me dije, no saber cómo contarlo, y por eso lo que más me gusta del control de seguridad del aeropuerto es que lo puedes pasar sin parar de llorar y lo único que les importa es si llevas una bomba. De todas maneras, te registran si les apetece. Y te hacen pasar por el detector de metales. Y siguen chillando instrucciones acerca de los portátiles y líquidos y geles y zapatos, y no te preguntarán qué va mal porque ya todo va mal y no te mirarán dos veces porque solo les pagan para mirarte una. Y a veces hay gente que da gracias por eso.

CATHERINE LACEY - "Nunca falta nadie" - (2014)


Imágenes: Seth Armstrong 

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