Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 31 de mayo de 2022

ERA LA MUJER MÁS RICA DE AQUELLOS CONTORNOS

 


La casa no había sido siempre un café. Miss Amelia la heredó de su padre, y al principio era un almacén de piensos, guano, comestibles y tabaco. Miss Amelia era muy rica: además del almacén, poseía una destilería a tres millas del pueblo, detrás de los pantanos, y vendía el mejor whisky de la región. Era una mujer morena, alta, con una musculatura y una osamenta de hombre. Llevaba el pelo muy corto y cepillado hacia atrás, y su cara quemada por el sol tenía un aire duro y ajado. Podría haber resultado guapa si ya entonces no hubiera sido ligeramente bizca. No le habían faltado pretendientes, pero a miss Amelia no le importaba nada el amor de los hombres; era un ser solitario. Su matrimonio fue algo totalmente distinto de todas las demás bodas de la región: fue una unión extraña y peligrosa, que duró sólo diez días y dejó a todo el pueblo asombrado y escandalizado. Dejando a un lado aquel casamiento, miss Amelia había vivido siempre sola. Con frecuencia pasaba noches enteras en su cabaña del pantano, vestida con mono y botas de goma, vigilando en silencio el fuego lento de la destilería.



Miss Amelia prosperaba con todo lo que se podía hacer con las manos: vendía menudillos y salchichas en la ciudad vecina; en los días buenos de otoño plantaba caña de azúcar y la melaza de sus barriles tenía un hermoso color dorado oscuro y un aroma delicado. Había levantado en dos semanas el retrete de ladrillo detrás del almacén, y sabía mucho de carpintería. Para lo único que no tenía buena mano era para la gente. A la gente, cuando no es completamente tonta o está muy enferma, no se la puede coger y convertir de la noche a la mañana en algo más provechoso. Así que la única utilidad que miss Amelia veía en la gente era poder sacarle el dinero. Y desde luego lo conseguía: casas y fincas hipotecarias, una serrería, dinero en el banco… Era la mujer más rica de aquellos contornos. Hubiera podido hacerse más rica que un diputado a no ser por su única debilidad: a saber, su pasión por los pleitos y los tribunales. Se enzarzaba en un pleito interminable por cualquier minucia. En el pueblo se decía que si miss Amelia tropezaba con una piedra en la carretera, miraba inmediatamente a su alrededor para ver a quién podría demandar. Aparte de sus pleitos, llevaba una vida rutinaria, y todas sus jornadas eran iguales. Exceptuando sus diez días de matrimonio, nada había alterado el ritmo de su existencia hasta la primavera en que cumplió treinta años.



(...) Ya dijimos antes que miss Amelia había estado casada. Ahora podemos traer a colación aquel curioso episodio. Recordad que todo ocurrió hace mucho tiempo, y que fue el único contacto personal que había tenido miss Amelia, antes de la llegada del jorobado, con este fenómeno, el amor.

El pueblo era entonces el mismo de ahora; la única diferencia es que había dos tiendas en lugar de tres, y que los melocotoneros que bordeaban la calle eran entonces más torcidos y más pequeños. Miss Amelia tenía diecinueve años, y su padre había muerto meses atrás. En aquel tiempo vivía en el pueblo un mecánico reparador de telares que se llamaba Marvin Macy. Era el hermano de Henry Macy, pero no se parecían en absoluto; ya que Marvin Macy era el hombre más guapo de la región; muy alto, fuerte, con unos ojos grises de mirar lento, y el pelo rizado. Se desenvolvía muy bien, ganaba buenos jornales y tenía un reloj de oro que se abría por detrás y se veía un cromo con unas cataratas. Desde un punto de vista externo y social, Marvin Macy pasaba por ser un sujeto afortunado: no estaba a las órdenes de nadie y conseguía todo cuanto se le antojaba. Pero desde un punto de vista más serio y profundo, Marvin Macy no era un hombre envidiable, porque tenía un carácter endiablado. Su fama era tan mala como la del muchacho más perverso de la comarca, o aún peor. Cuando era todavía un niño, llevaba siempre en el bolsillo la oreja seca y en salazón de un hombre al que había matado con una navaja de afeitar en una pelea. Les cortaba las colas a las ardillas del pinar sólo por divertirse, y llevaba en el bolsillo izquierdo del pantalón matas de marihuana (prohibida) para tentar a los que andaban deprimidos y propensos al suicidio. Pero, a pesar de su fama, era el ídolo de numerosas chicas de la región, entre las cuales había siempre varias muchachitas de pelo limpio y dulces ojos, de tiernas formas y modales encantadores. Marvin Macy echaba a perder a aquellas dulces muchachitas. Por fin, a los veintidós años, Marvin Macy escogió a miss Amelia. Aquélla era la mujer que deseaba, aquella joven solitaria, desgarbada, de extraño mirar. Y no la quería por su dinero; se había enamorado de ella.

CARSON McCULLERS - "La balada del café triste" - (1951)


Imágenes: Siya Fatih Gurbaz

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