Desapegos y otras ocupaciones.

viernes, 6 de mayo de 2022

TRATOS CON LOS MALIGNOS

 


Llegados a este punto de nuestro relato, conviene recordar una superstición medieval que ha subsistido hasta mediados del presente siglo, y es la de atribuir todas las grandezas del genio a que éste mantenía estrecho «pacto con el diablo».

Todos los artistas, Paganini inclusive, fueron inculpados de semejante pacto.

Del gran violinista Tartini, asombro del siglo XVII, se llegó a decir que sus mágicos efectos sobre sus auditorios hechizados se debían no más que a sus tratos con los malignos. Así, su célebre Sonata del diablo fue causa de las más terribles leyendas. Ella, conocida también por «El ensueño de Tartini», se atribuyó a la directa inspiración del propio Satanás, quien la ejecutó ante Tartini mientras éste dormía, y el propio músico fue el primer culpable de semejante fama por sus frases imprudentes.



De tamañas acusaciones brujescas no se han escapado tampoco los más célebres cantantes por los efectos maravillosos logrados con su voz sobre sus auditorios embelesados. La voz sublime de Pasta se atribuía a que su madre, en los tres últimos meses de su embarazo, había sido arrebatada al cielo y, en medio de su éxtasis, había tomado parte en un coro de excelsos serafines. La Malibrán debía su voz a santa Cecilia, patrona de los músicos, según unos, y al mismísimo diablo, según otros, que ya le cantaba al oído junto a su cuna para que se durmiese. Por último, el Jubal, de Dryden, alcanzó el supremo arte de tocar a guisa de violín en una simple concha marina con cuerdas, arrastrando, sin embargo, a la enloquecida multitud y haciéndola decir que un ángel del cielo era, y no las cuerdas de la concha, el que producía aquellos sonidos.



El avaro violinista italiano de Paganini no podía menos de tener otra leyenda análoga, porque sin ella eran inexplicables sus prodigios. Eran tales, en efecto, las emociones que con su instrumento despertaba en sus auditorios que se dice que el gran Rossini lloró como una muchacha sentimental alemana al escucharle por vez primera. La princesa Elisa de Lucca, hermana de Napoleón I, y a cuyo servicio estuvo algún tiempo como director de su orquesta privada Paganini, no podía oír las primeras notas del músico sin desmayarse al punto. La magia de su arco permitíale al gran artista determinar a voluntad los más aparatosos ataques histéricos en las mujeres y despertar entre los hombres fuertes el más loco frenesí, haciendo de cualquier cobarde un héroe, y del soldado más aguerrido, una nerviosa chicuela. De aquí el que las leyendas macabras acerca del artista hubiesen tomado tanto pábulo especialmente —y esto no se decía por nadie sin terror y de oído a oído— que todo aquello se debía no más a que las cuerdas de su violín no eran como las de los demás instrumentos, sino que estaban torcidas con verdaderos intestinos humanos, extraídos por su hechicería con arreglo a los cánones más horribles de la necromancia.

H. P. BLAVATSKY - "La cueva de los ecos y otros cuentos ocultistas y macabros" - (1892)


Imágenes: Shawn Huckins

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.