Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 2 de abril de 2022

NO HAY QUE ANDAR PREGUNTANDO COSAS

 


Descalzo sobre las piedras no precisamente redondeadas del pavimento, dolorido por todas partes, pero sobre todo en lo más hondo de mi dignidad, con un peso en el estómago y otro en el ánimo miré lo que había para mirar. Era un patio ovalado, enorme como un anfiteatro, poblado por grupos de hombres vestidos como yo. Ellos también me miraban. Y ahora qué hago, pensé, y recordé manteos, brea y plumas, y cosas peores, por aquello de los novatos, y yo ahí con las manos desnudas. Qué iba a poder con tantos. Ensayé caras de criminal avezado, pero estaba cosido de miedo. Me dejaron solo un buen rato. Al fin uno se me acercó: muy jovencito, con el pelo enrulado y la cara hinchada del lado izquierdo.

   —Uno de mis deseos más vehementes en este momento —me dijo—, junto con el de la libertad y el perdón de mis mayores, es que su dios le depare horas venturosas y plácidas, amable señor.

   Debí haber contestado algo pero no pude. Primero me quedé absorto, después pensé que era el prólogo a una cruel broma colectiva, y después que era un homosexual dueño de una curiosa táctica para insinuarse. Y bien, no. El chico sonreía y movía un brazo invitador.

   —Me envía el Anciano Maestro a preguntarle si querría unirse a nosotros.

   Dije:

   —Encantado —y empecé a caminar. Pero el chico se quedó plantado ahí y batió palmas:

   —¿Oyeron? —gritó a todo pulmón dirigiéndose a los presos en el patio enorme—. ¿Oyeron? ¡El señor extranjero está encantado de unirse a nosotros!



   Aquí, pensé, empieza el gran lío. Otra vez me equivoqué, dentro de poco eso iba a ser una costumbre. Los demás se desentendieron de nosotros después de aprobar con la cabeza, y el chico me tomó del brazo y me llevó al extremo más alejado del patio.

   Había diez o doce hombres rodeando a un viejo viejísimo y nos acercábamos a ellos.

   —Me mandaron a mí —decía el muchacho hablando con dificultad— porque soy el más joven y puede esperarse de mí que sea lo bastante indiscreto para preguntar algo a una persona, por ilustre que sea.

   Aquí hay algo, concluí. Por lo menos sé que no hay que andar preguntando cosas.

   —Bienvenido sea, excelente señor —el viejo viejísimo había levantado su cara llena de arrugas con una boca desdentada, y me hablaba con voz de contralto—. Su dios, por lo que veo, lo ha acompañado hasta este remoto sitio.

   Confieso que miré a mi alrededor buscando a mi dios.

   Los que estaban en cuclillas se levantaron y se corrieron para hacerme lugar. Cuando volvieron a sentarse, el muchachito esperó a que yo también lo hiciera, de modo que me agaché imitando a los demás, y solo entonces él también tomó su lugar.

   Al parecer yo no había interrumpido nada porque todos estaban en silencio y así siguieron por un rato. Me pregunté si se esperaba que yo dijera algo, pero que podría decir si lo único que se me ocurría eran preguntas y ya me había enterado de que eso era algo que no se hacía.

ANGÉLICA GORODISCHER - "Casta luna electrónica" - (1977)


Imágenes: Laura Fini

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