Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 21 de abril de 2022

A VER QUIÉN SUFRÍA MÁS



Por el momento, había conseguido lo que más quería en la vida: hacerme de una famita de cabrón, a los quince años. Me halagaba que se hablara del Kawasaki. A pulso me había ganado mi lugar; parecía tan lejano el chamaquito que fumó mariguana, por primera vez, en la vecindad de la Virgen. Tenía doce años; al Gemelo y a mí nos gustaba ir con la banda que se reunía a grifear frente al altar de la Guadalupana. Siempre me invitaban:

—Órale, Román, date un jalón.

Ninguno de los dos aceptábamos; pero esa mañana, cuando empezó a correr la mota, el Gemelo le dio un jalón. Me admiró su acción. «Achis, y yo, ¿por qué no?» Y le di tres jalones. De inmediato sentí que me liberaba.

—Se me secó la boca —le comenté al Gemelo.

—También a mí.

Me dio confianza sentir los mismos efectos. Me agradó encajar en el círculo y participar en la ensalada de plática. Todos buscábamos destacarnos por algo. Competir a ver quién sufría más, quién cometía más raterías. Pero lo principal es hacerse la víctima.

De pronto, en medio del coto, el calor me pareció insoportable. Sudaba frío. El cuerpo chinito. Me entró pánico. «No lo vuelvo a hacer. Dios mío, que se me quite.» Sentí mucha hambre y sed:

—Ya se me secó la boca —volví a decir espantado, casi gritando.

—Lo que pasa es que te quiere dar el bajón —me dijo un grifo—. Tómate un refresco y se te quita.



Me lo quise ir a tomar, pero no tenía dinero. Desesperado, me pegué a la llave de agua.

—Vámonos —le pedí al Gemelo—. Me estoy asando.

Quería correr. Estábamos en José María Vigil y las calles se me hacían laaargas, inmensas. Parecía tan lejano el 116 de Mártires de la Conquista, el edificio donde vivía la novia del Gemelo. Apenas llegamos, me dijo:

—Cámara, Román, aquí me quedo.

No me moví. No sé si quería disfrutar mi enmariguanada o que se bajara. Me preocupaba que algún conocido me viera. Empecé a sentir que me caía. Las piernas como chicle. El pasón en toda su dimensión. Me sentía extraño; que no era yo, el Román. Algo me faltaba o sobraba Me senté y vi rayitas de colores. Verticales. Quería irme a mi casa y acostarme, pero me detenía el temor de que me vieran en ese estado. Me hundía en un abismo. Iba caer de frente y preferí acostarme. Temblaba. Mi cuerpo como pluma muy ligero. Taquicardia. Sentía que me iba a morir. Me fue venciendo el sueño.

Desperté en el piso del edificio, estirado completamente. Con una cruda espantosa. Me quedé con ganas de repetirlo. Había sido tan emocionante. Tan rico ese olor a petate quemado. Un aroma dulce. Quería volver a sentirme anormal, pesado del cráneo. Drogado. Tonto.

JOSEFINA ESTRADA - "Con la rienda suelta" - (2003)


Imágenes: Nam Das

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