Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 26 de abril de 2022

CATÁSTROFES CARDÍACAS NO AMOROSAS

 


Mi padre está vivo, pienso, está vivo ahí, al interior de su cuerpo. Entonces su voz, la palabra hija, se cuela a través del alboroto de los pasajeros esperando las maletas y en mi tímpano retumba su frase de alivio, tuve que insistir para que me dejaran entrar a buscarte. Imagino que le da una propina al empleado para que se esfume, y dice, como deslumbrado, otra vez juntos, Lucina, hija. Lo dice esperanzado y pesaroso, y sé que el tono esperanzado es para hija y el pesaroso para Lucina. Nadie más que mi padre usa su saliva para juntar ambos en una sola palabra compuesta: la hija está adherida a mí, pegada como una sombra palpitante a mis espaldas. Ese hija y yo somos para él una misma persona en un mismo dilema. Debe estarnos observando muy serio, intentando no sentir nada, mi padre, fingiendo ser un hombre de cartón piedra. Si lo auscultara podría escuchar sus palabras haciendo eco contra las paredes de su cuerpo. Pero el centro de mi padre no está totalmente vacío. A la altura de sus cejas y justo detrás de sus ojos hay máquinas de todo tipo: un grandioso motor que lo propulsa, lentamente, hacia adelante; un reloj de extrema puntualidad, una memoria descomunal apta para detalles indispensables y también inútiles. 


Hay también un corazón castigado en un rincón oscuro que nadie percibe, salvo, tal vez en secreto, mi madre. Pero entre todos esos mecanismos merodea el riesgo de un desajuste. Si sube la tensión. Si alguna emoción aguda. Señal de peligro, y entonces. Me asusta pensar ahora la parquedad de mi padre como un posible corte de circuito. Un corte del habla llamado enmudecer o un recorte de concentración que podría impedirnos llegar a su casa. No es un misterio que mi padre resuelve sus problemas por la vía de la distracción. Se monta en su viejo Dodge como tripulante de una nave espacial y pierde conciencia del exterior, y en ese trance mantiene largas conversaciones consigo mismo, o da lecciones de medicina interna, o dicta conferencias, y discute, argumenta, gesticula, hasta que se encuentra en el estacionamiento del hospital donde todavía trabaja. Ha llegado puntualmente sin saber cómo, qué avenidas tomó, en qué semáforos se detuvo. Podría haber arrollado a un gato y no saberlo. Pero se baja del auto y entonces comienza su verdadera función, la de médico infalible en asuntos del corazón. De corazones orgánicamente en vilo. Corazones necesitados de marcapasos. Carótidas tapadas. Arterias obstruidas. Y porque mi padre se dedica en exclusiva a catástrofes cardíacas no amorosas, no sabe nada de retinas descompuestas.

 


Sé que me pedirá por rutina los exámenes, y yo, todavía sentada en mi silla rodante, me preparo a que lo haga solo para decirle que no los traje. No traje nada, papá, le digo. ¿Ninguno?, contesta él y yo le contesto que no, que ni las angiografías ni la tomografía óptica ni los fondos de ojo. Dejé allá cientos de imágenes brutales. Dejé la perimetría porque era deprimente. No pedí copia de ningún informe. No te iba a servir de nada tenerlos, le digo cerrando la conversación. Mi padre se queda posiblemente pensativo y luego murmura un así veo, Luci, hija, que es casi un refunfuño. Nunca he querido que seas mi médico, con que seas mi padre es más que suficiente.

LINA MERUANE - "Sangre en el ojo" - (2012)


Imágenes: Giordano Raigada

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