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lunes, 15 de marzo de 2021

UN MUNDO SIN FANTASMAS


 No sabemos nada y la historia es mentira y el amor no existe, pero a veces basta el miedo, el miedo como el hilo dorado de una fábula, para recuperar todas las realidades perdidas; la verdad, la ciencia, el amor. Por cada gesto bajo sospecha, el miedo engendra una constelación de ciudades posibles. Dadle miedo a alguien capaz de construirlas y tendréis el mundo.

Un par de casualidades y varios accidentes llevan a Rafael Guastavino a Nueva York. Sabemos cómo es su rostro en 1881: la boca tachada por un bigote prusiano, los párpados caídos, la calva incipiente. Lo vieron nuestros bisabuelos, se cruzaron con él en el muelle de Marsella y no lo recuerdan. Algo les llevó a quitarse el sombrero; el traje caro, quizá, o la belleza de la mujer que le acompaña con dos niñas propias a un lado y un niño ajeno al otro, un niño que es como la versión embellecida y diminuta de su padre, algo les llevó a quitarse el sombrero y sin embargo no lo recordaron más, era demasiado normal, demasiado español. 



Ahora sabemos lo que no sabían nuestros bisabuelos: ese hombre y ese niño se llaman Rafael Guastavino, sabemos que serán encumbrados como los grandes constructores de Nueva York y luego olvidados y finalmente recuperados como el germen de la arquitectura modernista en Norteamérica, sabemos que serán ninguneados como los caraduras que patentaron un sistema de construcción medieval para que nadie pudiera emplearlo sin su consentimiento añadiendo, a lo que todo el mundo había hecho desde el siglo XII, un puñado de cemento Portland o unas cinchas de hierro, los que vendieron una arquitectura ignífuga a un país horrorizado por el fuego, los visionarios que hicieron migrar de continente a todo un sistema de construcción y le otorgaron una dignidad que nunca habría tenido, los genios, los albañiles, los timadores, los hacedores de vinos, los nepotistas, los constructores compulsivos, circunstancias demasiado contradictorias como para ser ciertas o tal vez precisamente lo bastante contradictorias como para serlo, pero no sabemos cómo era ese miedo de Guastavino, el que le hizo embarcar en Marsella rumbo a Nueva York el 26 de febrero de 1881 sin hablar una palabra de inglés y tras una estafa que le impediría volver para siempre, el miedo electrizante que hace que cada vida tenga un rumbo. Es decir, no sabemos nada.

Aunque, bien pensado, puede que el miedo no fuera estrictamente de su competencia. El antropólogo chino Fei Xiaotong escribió una vez que los Estados Unidos de América era el único país sin fantasmas. Tal vez Rafael Guastavino eligió sencillamente Nueva York como mundo sin fantasmas. Un mundo sin fantasmas al que llevar una arquitectura sin fuego.

ANDRÉS BARBA - "Vida de Guastavino y Guastavino" - (2020)


Imágenes: Cig Harvey

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