Desapegos y otras ocupaciones.

miércoles, 20 de enero de 2021

AL AZAR DEL VUELO


Flecha de Oro, que fuera uno de los emperadores de la dinastía T’ang, reputado ornitólogo y ajedrecista, Jian Chin o Flecha de Oro amaba la casual disposición de las hojas del otoño en los jardines y los dibujos geométricos de las arañas en los rincones oscuros de su palacio de verano. Hombre exquisito, conducía sus placeres íntimos de una manera harto singular: una vez dispuestas sus esposas, concubinas y favoritas en el Pabellón de los Perfumes, cada atardecer, cuando canta la oropéndola y los relojes de agua se oscurecen, hacía venir a sus secretarios con jaulas de mariposas a las que una suavísima música de cuerdas liberaba en grupos de veinte o cincuenta ejemplares. Había danaidas, piérides y ninfálidas, además de melitaeas ocres del Pamir criadas en los huertos imperiales. Aunque había bastante luz en el pabellón como para que las aladas criaturas se animaran a orientarse, cuatro o cinco faroles rojos con el ideograma fu de la felicidad pintado en su centro agregaban al lugar un temblor sutil y misterioso. La inminencia del amor tornaba laxa y redonda la hora.

 Las mujeres adoraban y detestaban a un tiempo ese ritual previo al afortunado destino de una o dos de las presentes, según fueran las fuerzas del Hijo del Cielo. Como nadie sabía, por anticipado, en cuál de las doncellas se posaría la primera mariposa determinando así la elección del emperador, la suspensión de los alientos duraba hasta que los insectos detenían su vuelo atraídos por algún perfume o por el leve almizcle de un sudor. Tanto confiaba Jian Chin en sus mariposas y en el valor del azar, que solía comenzar las caricias y los besos por el sitio en el que se había posado la electora.

 —¿Por qué hará esto?—protestaban algunas concubinas.

 —Su discernimiento, en materia amorosa, es tan pequeño como el de las criaturas de las que se sirve—decían las menos afortunadas.

 Sucedió una vez que una concubina de Lob Nor, cuya familia cultivaba setas en boñigas de cabra, una hábil muchacha de pómulos altos y senos mínimos, se las ingenió para atraer sobre sí a las mariposas que los secretarios del emperador soltaban con puntualidad cada tarde. Cuatro fueron las ocasiones en que no una sino tres mariposas buscaron su frente y rozaron sus axilas antes de posarse en su cabeza. Aquella repetición agradó a Flecha de Oro, pero molestó al resto de las mujeres y a los secretarios, ya que cuando el azar se repite deja de ser lo que es y viola, convirtiéndose en ley, lo aleatorio del devenir.


 En la segunda noche compartida la curiosidad abrió la boca del emperador:

 —¿Cómo haces, cómo haces para que las mariposas vayan a ti?

 —El secreto, mi señor—respondió la concubina de Lob Nor, una región de fríos lagos azules junto a los que prosperan los albaricoques y las ciruelas hijas de la noche—, el secreto estriba en que guardo trozos de frutas que dejo pudrir y macerar junto a mi lecho. De niña aprendí que las mariposas aman los fermentos y la putrefacción, de modo que me unto con esos aromas para atraer su atención.

 El emperador se incorporó asombrado y le miró los pequeños senos. Después, tomándole la barbilla, le dijo:

 —¿No esperarás que me crea tamaño absurdo, verdad?

 —El Hijo del Cielo confía en el azar—respondió la doncella—, yo confío en mi experiencia. El Hijo del Cielo confía en las alas, yo en el apetito.

 —De acuerdo, de acuerdo—dijo, impaciente, Flecha de Oro—. Pero ¿por qué amarán más el fin de las frutas que el néctar de la flor que les dio su volumen?

—Las setas que mi padre cultiva crecen en el estiércol, majestad—contestó la muchacha—. Es probable que el aspecto más exquisito de la belleza consista en posarse sobre el horror.

 Al sonar el primer gong del alba, Flecha de Oro miró a la mujer que dormía a su lado y, tocándole el flanco, comprendió que le haría un hijo. El padre cede los ojos, dicen los sabios en genealogías y herencias; la madre, la inteligencia con que miran.

MARIO SATZ - "El alfabeto alado - (2019)

Imágenes: Victo Ngai

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