Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 26 de enero de 2021

EL CASO DEL ARTISTA CRUEL

 


Localizaron a Martina al fondo de la sala hablando con un señor bastante calvo, con una impresionante nariz ganchuda sobre la que hacían equilibrios unas gafas de metal con adornos de esmalte de colores.

   —El concejal de Cultura, el doctor Zacharias —explicó Karl a sus amigos—. Un imbécil muy amigo del alcalde que entiende de arte lo mismo que yo de toros. Por eso todo el mundo le toma el pelo y le vende unas cosas horribles para los edificios públicos. Y además, una cosa graciosísima: siempre que inaugura una exposición dice lo mismo, sea quien sea el artista y sea el que sea el estilo en que trabaja. Ahora veréis; dentro de un momento hablará del arte como ecología y de lo telúrico en la pintura y de que los colores que usa el artista son la concreción de las angustias de la civilización moderna y cosas de ese estilo.

  (...) —Todos habéis venido a ver mi arte. Hay entre vosotros amigos que admiran mi trabajo y lo pagan como se merece, hay otros que me odian porque su inteligencia no llega a comprender mi pasión y mi fuerza, miserables burgueses, gente bien, que se escandalizan ante mis materiales y mis asociaciones. No me importan. Ni siquiera los desprecio. No merecen una sola mirada de mis ojos, un solo pensamiento de mi cerebro. Esta exposición es para los que me odian. Dedicada a los que me odian, con el más intenso deseo de que revienten de un ataque al corazón frente a mis cuadros.

  El discurso fue recibido entre risas, aplausos y gritos de adhesión mientras el artista, corriendo como loco de sábana en sábana, iba arrancando las telas que cubrían las pinturas. Conforme caían al suelo, en la sala se iba haciendo el silencio, hasta que finalmente se hubiera podido oír caer un algodón.

   —¡Pero qué asco! —dijo Irene sin poderse contener.

   Una mano pesada y peluda se abatió sobre su hombro.

   —¡Bien, muchacha! Tú me comprendes, eres de los míos. ¡Eso es!


  (...)—¿Y siempre pinta cosas así? —preguntó Ian, refiriéndose a un cuadro de gran tamaño, casi terminado, que representaba una ejecución en la silla eléctrica.

   —¿Y qué quieres que pinte? ¿Girasoles?

   —Van Gogh pintaba girasoles y era un gran artista —dijo Karl, calmosamente.

   —Van Gogh se cortó una oreja y acabó pegándose un tiro. Yo prefiero pintar muertos y seguir vivo. Además, esto es necesario, alguien tiene que recordarle a la gente que no todo está bien en este mundo, que hay dolor y enfermedad y miseria, que hay crueldad y tortura, que no todo son rosas y cisnes y lagos con nenúfares. La maldad existe y va en aumento.

   —Pero —intervino Irene, muy impresionada por el tono serio que había usado el artista— para eso que usted dice, ¿no están los fotógrafos, los reporteros?

   —No. Ellos lo hacen también, a su modo, es su trabajo. Pero la gente ya no lo ve, no lo registra porque lo ha visto cientos, miles de veces. Es lo normal en las noticias, en los periódicos, en los documentales. La gente está acostumbrada a cenar mientras ve las peores atrocidades en televisión. Pero si lo ven pintado, si lo ven en una galería de arte, en un museo, donde no se lo esperan, la impresión es más fuerte, la sensación de inquietud, de incomodidad, de vergüenza, es más grande. Yo pinto lo que nadie quiere ver.

ELIA BARCELÓ - "El caso del artista cruel" - (1998)

Imágenes: André Schulze

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