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sábado, 23 de enero de 2021

ADÁN FUE EL MÁS SABIO DE LOS HOMBRES

 


Adán fue el más sabio de los hombres, nadie podrá emular nunca su sabiduría, su clarividencia, su comprensión. Eso se debe a que estaba cerca del origen, más cerca de lo que ningún otro pudo ni podrá estar nunca. Cuando él llegó, el mundo ya existía: de otro modo no habría tenido adónde llegar. Pero era un mundo que sólo había consumado el trámite preliminar de la aparición, y apenas si empezaba a acomodar sus elementos. Los ojos maravillados de Adán, que aprendían a ver, veían cómo los átomos, nuevos, flamantes, empezaban a desplegar sus órbitas, todavía vacilantes, sin saber bien cómo funcionaban. Los colores se encendían uno a uno, en tonos de un flúor suavísimo que no recuperarían cuando maduraran. El espacio se desperezaba, las dimensiones correteaban por pasillos de ozono lustrado, como niñas buscando juguetes. El tiempo no había terminado de enroscar el resorte que después iría soltando poco a poco. Adán casi podía tocar el borde del universo que se expandía como la corola de una flor que se aprestara a ser el Todo. Las formas nacían, envueltas en un brillo de humedad, se precisaban a tientas, adoptaban sucesivamente la línea, el plano, el volumen, se ordenaban en las perspectivas de un trompe l’œil infinito. Intervino la gravedad y las cosas a estrenar se colocaron cada cual en su lugar, montañas y soles, galaxias y rosas. Adán oyó el primer canto de un pájaro.

CÉSAR AIRA - "Artforum" - (2014)

Imágenes: Isabelle Simler


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