Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 21 de noviembre de 2020

HAY PERSONAS QUE NO PERMITEN QUE SE LES ACERQUEN

 


—Erik Tybjerg ha estado vinculado al museo desde los catorce años. Supe de su existencia a través de un amigo que trabajaba con su padre adoptivo; nos pusimos en contacto a principios de los años ochenta. Tiene una memoria de elefante y no hay nada que no sepa sobre las aves. Le puse a revisar las colecciones y él lo ordenó y lo clasificó todo y así lo ha mantenido desde entonces. Conoce cada astilla de hueso y cada pluma y sabe en qué cajón están todos ellos. Después se hizo biólogo, pero aunque lleva veinticinco años yendo y viniendo por el edificio, no puedo decir que le conozca. Hemos trabajado juntos en varias ocasiones, la última con motivo de la exposición sobre las plumas que se exhibe ahora mismo en la parte abierta al público. Estoy seguro de que sabe a qué me refiero: hay personas que no permiten que se les acerquen. Tybjerg es una de ellas. Siempre hablando de sus investigaciones de una manera tan cómica, como si recitase; y trabaja sin descanso. Si hablara con mi mujer, ella le diría que trabajo mucho más de lo necesario, en esta profesión es básico porque hay mucha competencia, pero comparado con Tybjerg soy un simple aficionado. Siempre está aquí metido. En la colección de vertebrados, en el pasillo que hay a la entrada, en su cuarto del sótano o en la cafetería. Siempre. El año pasado me lo encontré en el pasillo hasta el día de Nochebuena —se quedó mirando a Søren con expresión pensativa—. Me había dejado en el despacho el regalo de mi mujer y hacia las tres de la tarde pasé por aquí a buscarlo. Esto estaba más negro que boca de lobo y yo estaba convencido de que no había nadie cuando de pronto oí unos pasos. Me volví pensando que sería el vigilante, pero era Tybjerg. Llevaba una bolsa de comida y no parecía malhumorado. Nos saludamos, nos deseamos felices fiestas y, cuando ya se alejaba, se me escapó: «¿No va a pasar la Navidad en su casa?». Al principio murmuró algo que no oí bien, y cuando le pedí que lo repitiera cambió de idea. Dijo que no, que era ateo. Como ya le he dicho, no parecía apenado; si no, le habría invitado a pasar la noche con nosotros, si no tenía familia o algo semejante. Pero no se le veía triste. Es evidente que la ciencia es toda su vida.

SISSEL-JO GAZAN - "Las alas del dinosaurio" - (2008)


Imágenes: Lise Couture

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.