Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 12 de noviembre de 2020

EL ETERNO JUEGO DEL QUIÉN ES QUIÉN

 


 »-¿Y sabes, Enrique, lo que te estás jugando? 

 »Una vez más, tuve que reflexionar. 

 »-Mi vida -respondí al cabo de unos instantes. 

 »-¡Tu vida! – exclamó-. ¡Lo dices como un niñito que tira el muñeco de trapo que le aburre! Toma conciencia, Enrique, de que vives entre meros conceptos y piensas con palabras vacuas. Dices jugarte la vida, y no tienes la menor idea de lo que hablas. Es tu vida, a ver si lo entiendes, o sea, tú mismo, tal como estás aquí sentado, con tu pasado real, tu futuro posible y con todo cuanto significas para tu madre. Contempla esta noche, contempla la calle, mira alrededor en el mundo e imagina que dejan de existir. Pálpate el cuerpo, pellízcate la carne, y figúrate que todo eso deja de existir. ¿Puedes imaginarlo? ¿Sabes lo que significa vivir? ¡Cómo vas a saberlo! Eres demasiado joven y sano para eso… Nunca te has acercado a la frontera que conduce a la muerte y nunca te has dado la vuelta allí para redescubrir la vida con alegría y asombro… Pero ¿sabes al menos que te mintieron en la escuela, que no existen ni el más allá ni la resurrección? ¿Sabes que sólo nos pertenece esta única vida y que, si la perdemos, nos perdemos también nosotros? ¿Lo sabes?

 »Lo escuchaba pasmado. Sus palabras me aturdieron; nunca había visto a mi padre así. Nunca lo había tenido por un cobarde. ¿Cómo podía yo intuir que me examinaba con un fin? 

»-Lo sé -respondí. Trataba de dominarme pero algo temblaba dentro de mí.

 »-Sí lo sabes, entonces ¿qué quieres? ¿Para qué luchas si no tienes motivos para luchar? ¿Por qué te juegan la vida si esta no corre ningún peligro? – Se levantó de su asiento y se me acercó. Se inclinó sobre mí y me agarró los hombros con ambas manos-. ¿Por qué? – preguntó-. ¡Dime por qué! ¡Quiero saberlo!

 »Se lo dije. Me sacudí sus manos de encima. Me desquicié.



 (...) Le dije que mi vida no corría ningún peligro, pero que simplemente no era capaz de conformarme con ella. Que prefería que no existiera a que siguiese tal cual era. Le hablé de mis ganas de vomitar, le hablé de mi náusea cotidiana. Le expliqué que odiaba todo a mi alrededor, todo. Que odiaba a sus policías, sus diarios, sus noticias. Que odiaba entrar en una oficina, pero también en una tienda o incluso en una cafetería. Que odiaba esas viles miradas a mi alrededor, a esos hombres que un día celebraban lo que al siguiente rechazaban. Que odiaba la pasividad, la avaricia, el engaño, el eterno de juego del quién es quién, los privilegios, a los hipócritas… También al policía de la carretera, que no tuvo valor para darme una patada por el mero hecho de apellidarme Salinas: lo odiaba más por eso que por haberme tocado con la bota. Le dije que odiaba igualmente la ceguera, las falsas esperanzas, la vida parecida a la de las algas y también a los estigmatizados que, cuando cesan por un día los latigazos, enseguida proclaman, con un respiro de alivio, que vivimos la mar de bien… Y que me odiaba a mí mismo por el mero hecho de existir y de no hacer nada. Que sabía perfectamente que yo también estaba estigmatizado, por el momento al menos, y que lo estaría más y más si no emprendía nada.

IMRE KERTÉSZ - "Un relato policiaco" - (1975)

 

Imágenes: Klaus Kampert 

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