Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 7 de julio de 2020

Y NO PUEDO TOCARLA


Ahora, varios años después, Madelaine mira el paisaje por la ventana del Jaguar y no puedo tocarla porque ya no me quiere. Es abril, es de noche, el camino es la autopista que va a Ezeiza. A esta altura Valmont, el pequeño perro Valmont y yo, hemos establecido una amistad inquebrantable y viajamos juntos en la parte trasera del coche. Mientras que el otro Valmont, el segundo Valmont, viaja adelante, conduciendo mi Jaguar y Madelaine, en el asiento de acompañante, sonríe y le dice cosas dulces al oído. Yo, con el campo oscuro hacia los lados y la mirada constante de Valmont, me pregunto si habremos tomado el camino correcto, si será verdad que, como informó mamá, en ese pueblo pequeño vive la mejor bruja de Buenos Aires y si esa señora estará dispuesta a arreglar de una vez por todas estos problemas que arrastramos desde hace tanto tiempo.

   Varios años atrás, en una ruta parecida pero camino al entierro de un amigo común, yo había tomado la mano de Madelaine y ella, por primera vez, había dejado de mirar el paisaje para mirarme. Más tarde le ofrecí un café frente a la casa de San Fernando y días después veraneábamos juntos en una playa cerca de Atlántida, en Uruguay. Nos casamos cuando comenzó el invierno y en la luna de miel ella eligió recorrer la costa mediterránea de Europa, empezar por Portugal y terminar en Grecia. Pero no llegamos a Grecia: una predicción nos detuvo en Sicilia.



   Nunca suceden acontecimientos inútiles, pero sí acontecimientos que no debieran suceder, y quizá los últimos años de mi vida sean fiel ejemplo de esta observación. En la feria de una plaza de Catania, en un domingo nublado de poca actividad, Madelaine hermosa se acercó a las carpas de visiones y profecías. Me dijo que entráramos, que era sólo por curiosidad, que nos divertiríamos un rato y después comeríamos algo en algún café. Luego, en una carpa dorada, una mujer tomó sus manos y las apoyó sobre un almohadón cubierto por un pañuelo. Cerró los ojos y frunció el ceño. Madelaine la imitó. Las conclusiones a las que llegó la gitana no podían ser peores: la mía era una mujer sensible y yo un hombre racional que nada entendía del amor. Es decir que yo era el hombre equivocado y Madelaine conocería al correcto de un momento a otro. Alto y atractivo, buen compañero, cuidaría de ella para siempre. Un extranjero leal, lo más probable un italiano de Sicilia que ella reconocería sin esfuerzo. Y yo, compañero de su luna de miel, pagué por la predicción y me esforcé en divertidos temas de actualidad para que el café con tostadas ayudara a olvidar todo y nos trajera el resto del día.
SAMANTA SCHWEBLIN - "El núcleo del disturbio" - (2002)

Imágenes: Ryan Shorosky

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