Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 11 de julio de 2020

ESA RABIA QUE NUNCA SE VA


Durante una cara de casete Curro se siente bien. Mejor que en mucho tiempo. Cuarenta y cinco minutos de paz. Hace tiempo que su madre no aparece; tal vez estén funcionando los cada vez más complejos cócteles de medicamentos con los que experimenta Skorzeny. Tal vez esté… ¿curado? Curro teme usar esa palabra. Estar curado no es su normalidad. Pero es innegable: se trata de una buena época. Por un momento se olvida de sus ansias de fuga, de las apariciones de la fantosmia materna, de su infancia y su dolor. Nunca escuchó mucha música en su vida, y ahora se arrepiente. Algo le obliga a mover los dedos de los pies sobre la arena, y piensa que quizás la música le habría podido arrancar el caparazón. Pero no la escuchó, no estuvo atento a las notas que sonaban; la apartó de él, decía que era banal e inútil. Lo que hizo fue hincar su nariz en más y más libros, y aferrado a ellos meterse cada vez más hacia dentro, hacia abajo, por la espiral de la cáscara, hasta quedar encajado contra el último rincón. Atascado en el cuerno, brocha en mano, el suelo pintado y su culo contra la pared. Y todas las pesadillas que le atenazaban: madres muertas vestidas de boda, cucarachas decapitadas, ciegos arrebatos de violencia; muerte, locura y sangre, chorros de ella, abriéndose hacia el cielo como algún tipo de rara planta marciana.


   El alcohol. El alcohol, a veces, parecía ayudarle; le desagarrotaba los brazos, le soltaba la lengua, le hacía sacar la cabeza y mirar hacia fuera. Pero era como el aliado traidor de las películas: el que te da la mano en el acantilado para luego soltarte cuando te confías y sonríes y piensas que ya estás salvado. Y barranco abajo vas. Cuando bebía, de joven, la mente de Curro bailaba la yenka: un pasito adelante, sí, una débil mejora, pero luego otro atrás, y otro y otro, un, dos, tres, hasta que al final trataba de romperle una botella en la cara a alguien. Le dijeron que era culpa de la medicación, que los antidepresivos no podían mezclarse con alcohol, pero Curro sabe que no era por eso. Era por esto de aquí; lo que lleva dentro: la sed de destrucción que le inocularon. Esa rabia que nunca se va.
KIKO AMAT - "Antes del huracán" - (2018)

Imágenes: Eric Hubbes

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