Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 25 de julio de 2020

LA LÍNEA DIVISORIA ENTRE PLACER Y DOLOR


»La gente cacarea que nos guiemos por aquello que nos proporciona placer, ¡ja! Dicen que ya que estamos en este mundo, disfrutemos, ¡ja! —Su voz subió una octava y comenzó a hablar más deprisa—. Una obesa mórbida, como las monomaniáticas ratas de laboratorio esclavas de un pulsador benefactor, también siente un placer máximo al comer, al engullir sin medida. Sin embargo, apenas se puede mover, padece enfermedades indecibles, y se siente discriminada por el mundo. Es decir, también sufre para mantener su placer. Tal vez, si aspira a tener una vida más placentera, deberá privarse del placer de la comida. Bonita contradicción, ¿verdad? Porque ¿realmente vemos disfrutar de la vida a la rata de laboratorio? No, ni hablar. Tanto la rata como la obesa mórbida se limitan a saciar las necesidades primarias que les impone su bestia interior. O un drogadicto con su dosis. O una ninfómana encadenando un orgasmo tras otro. 


La buena vida es genial, sí, pero ¿alguien ha definido paradigmáticamente lo que suscita placer? ¿Es placer lo que siente el atleta que ha superado la marca mundial de doscientos metros obstáculos? ¿Sí? Pues está extenuado, le duele el cuerpo y ha sufrido mucho para llegar a la meta.

   »Ya lo veis. La línea divisoria entre placer y dolor es demasiado elemental, porque la bestia también es muy elemental. Para mí sólo existe el placer refinado, la virtud ajena a la bestia, y esa virtud, esa sensación benefactora, no se sustenta ni en el placer ni en el dolor, si no en los planes, en los objetivos, en los propósitos, en las ilusiones. Ya que estamos aquí, proclaman los gañanes, disfrutemos, sí, oprimamos el pulsador del éxtasis inducido y reventemos de gozo.
SERGIO PARRA - "Jitanjáfora" - (2006)

Imágenes: Ai-Wen Wu Kratz

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