Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 16 de julio de 2020

ESTÁBAMOS VIVOS


Estábamos vivos.

   Los atentados, los accidentes, las guerras y las epidemias no nos concernían. Podíamos ver películas que frivolizaban el acto de morir, otras que lo convertían en un acto de amor, pero nosotros quedábamos fuera de la zona que contenía el significado propio de perder la vida.

   Algunas noches, en la cama, envueltos en el confort de enormes almohadones mullidos y desde la arrogancia de nuestra juventud tardía, veíamos las noticias en la penumbra, con los pies entrelazados, y era entonces cuando la muerte, sin nosotros saberlo, se acomodaba azulada en los cristales de las gafas de Mauro. Ciento treinta y siete personas mueren en París a causa de los ataques reivindicados por la organización terrorista Estado Islámico, seis muertes en menos de veinticuatro horas en las carreteras en tres choques frontales diferentes, el desbordamiento de un río causa cuatro víctimas mortales en un pequeño pueblo al sur de España, al menos setenta fallecidos en una cadena de atentados en Siria. Y nosotros, que nos estremecíamos un momento, quizá soltábamos cosas del tipo «Vaya, cómo está el patio» o «Pobre, qué mala suerte», y la noticia, si no tenía mucha fuerza, se disolvía aquella misma noche dentro de los límites del dormitorio de una pareja que también se estaba extinguiendo.



   Cambiábamos de canal, y veíamos el final de una película mientras yo concretaba a qué hora llegaría al día siguiente, o le recordaba que pasara por la tintorería para recoger el abrigo negro, o, si era un día bueno, ya en los últimos meses, tal vez intentábamos hacer el amor con desgana. Si la noticia era más sonada, sus efectos se alargaban un poco; se hablaba de ello en el trabajo a la hora del café o en el mercado, haciendo cola en la pescadería. Pero nosotros estábamos vivos, la muerte pertenecía a los demás.

   Utilizábamos expresiones como «Estoy muerto» para señalar el cansancio después de un día duro de trabajo sin que el adjetivo nos pinchara el alma, y cuando aún éramos nuevos, casi por estrenar, lográbamos flotar en el mar, en nuestra cala preferida, y bromear, con los labios llenos de sal y de sol, acerca de un hipotético ahogamiento que acababa con un boca a boca de escándalo y carcajadas. La muerte era algo lejano, no nos pertenecía.
MARTA ORRIOLS - "Aprender a hablar con las plantas" - (2018)

Imágenes: Rene Chaffins

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