Desapegos y otras ocupaciones.

lunes, 17 de julio de 2023

UNA IRRADIACIÓN DE MAL


Se vuelve del trabajo en plena ola de frío, se está casi bien en la plataforma cerrada del autobús, mirándose las caras huecas en ese silencio que es la ley no escrita de París. No sé dónde subió el hombre del sobretodo y el sombrero negros, en algún momento estuvo entre nosotros, como nosotros debió alcanzar sus tickets al guarda metido en su casilla y quedarse entre los demás mirando el suelo, frotándose los ojos en otros sobretodos, en otros guantes y periódicos y bolsos de mujeres. Ya al pasar el puente de Alma, antes de la primera parada en la Avenue Bosquet, algunos lo notaron y se retrajeron, buscando una distancia protectora entre otros pasajeros todavía ajenos. Muchos bajaron en la parada de la École Militaire; se entraba en el último tramo del trayecto y el autobús estaba caliente de aire viciado, de cuerpos laxos debajo de incontables chalecos y bufandas. En algún momento tuve conciencia del miedo que se había venido instalando poco a poco en esa plataforma donde a nadie se le hubiera ocurrido imaginar que alguna vez tendría miedo. No sé describir una cosa así; era un aura, una irradiación de mal, una presencia abominable. El hombre del sobretodo negro, con el cuello subido tapándole la boca y la nariz, y el ala del sombrero sobre los ojos, sabía o quería que eso fuese así; en ningún momento miró a nadie, pero era todavía peor, la amenaza que emanaba de esa incomunicación se volvía tan insoportable que los pasajeros estábamos como unidos y a la vez indefensos, esperando cualquier cosa. 



Recuerdo que el guarda, un hombre de pelo gris y aire apacible, miró al hombre y casi inmediatamente miró a los tres o cuatro pasajeros que seguíamos de pie en la plataforma. Fue como si nos aliáramos, y el hombre del sobretodo supo que nos aliábamos y siguió inmóvil, tomado con una mano de la barra vertical, los ojos clavados en sus zapatos; era todavía peor y duraba infinitamente. No había ya mujeres y los hombres no nos movíamos, pero sé que cada uno esperaba el momento de bajar como una fuga, una devolución a la vida de fuera.

   Decir que era el Mal no es decir nada; conocemos sus caras sonrientes y sus muchos juegos amables. Lo insoportable (y eso lo sentía el guarda en su simplicidad, lo sentíamos todos desde nuestros diferentes horizontes) era la falta de todo signo manifiesto; la locura puede darse como una cosa así, que de pronto un lápiz sea la muerte o la lepra sin dejar de ser nada más que un lápiz en una contradicción que anula toda defensa, y la razón es sobre todo defensa. El hombre seguía inmóvil, la cara casi oculta, mirando sus zapatos; de ahí salía como una mancha de vacío, un hedor de sombra, una potencia. Estoy seguro de que si hubiera levantado bruscamente la cabeza para mirar a cualquiera de nosotros, la respuesta habría sido un grito o una carrera a ciegas en busca de la salida. En esa suspensión del tiempo jugaban fuerzas que ya nada tenían que ver con nosotros; el miedo era una materia viva en la que se abrían paso la noción confusa de lo que iba a suceder si alguien de fuera subía desaprensivamente y empujaba el bulto espeso pegado a la barra vertical.

JULIO CORTÁZAR - "La vuelta al día en ochenta mundos" - (1967)


Imágenes: Hugh Hayden


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