Desapegos y otras ocupaciones.

miércoles, 5 de julio de 2023

SE PUEDE HEREDAR CUALQUIER COSA


Un hombre existe porque existen otros. El remordimiento no le permite pensar en nada más. Cierra los ojos. Se le cierran.

   Dentro de veinte años, Gabi o alguna otra persona le entregará a su hija la carta que él escribió días atrás. Su herencia. Se puede heredar cualquier cosa. Dentro de veinte años hará veinte años de su muerte.

   Traductor. Ha traducido de todo. Catálogos y prospectos. Gestos y acciones. Miedos. Miradas. Muchos libros. Recuerda mejor los libros que ha traducido que las mujeres a las que ha besado.

   No sabe rezar. Repite fragmentos de novelas. Las novelas también son libros de oraciones. Sonríe. Con los ojos cerrados. Libros de oraciones. Le ha parecido gracioso.

   Dentro de veinte años su hija tendrá veinticinco y recibirá la carta. Se ha esmerado al escribirla. Querida hija mía, tú no me conoces, pero estoy seguro de que harás lo que te pido desde la muerte. Las palabras me han traído hasta aquí; con las palabras se ofrece y se promete, con las acciones se cumple.



   Tal vez si hubiese sido creyente no habría escrito ninguna carta. Le habría bastado con una confesión, una charla con uno de esos escarabajos negros capaces de fabricar disculpas. Padre, he pecado, he hecho algo terrible, me arrepiento, dígame que puedo morirme tranquilo, deme la paz que no tengo, perdóneme. Pero Enzo no sabía o no podía creer y pensaba que con la muerte llegaba la muerte. Completa y entera. Perfecta. Y esa certeza agravaba el estado de su conciencia.

   El declive, moral y físico, había empezado cuatro meses antes. Nada más. Los cuatro meses más cortos de su vida. También los más largos. Los últimos cuatro meses de su vida. Y expresarlo de esas tres maneras no era una traducción. Traducir era decir lo mismo con palabras diferentes y no cosas distintas con las mismas palabras.

   Había ido a la consulta del doctor Bruj como quien va a una partida de póquer, pensando que todo sería cuestión de jugar bien las cartas. Y tenía claro que a los cuarenta y cuatro años las cartas que llegaban eran siempre ganadoras.

FLÀVIA COMPANY - "Que nadie te salve la vida" - (2012)


Imágenes: Daniel Rueda y Anna Devís

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