Desapegos y otras ocupaciones.

domingo, 15 de agosto de 2021

NO HACE FALTA SER GRANDE PARA INTIMIDAR

 


El señor Manel hacía equilibrios tras el mostrador sobre un taburete de anea. A ratos se balanceaba únicamente sobre las dos patas traseras, los pies firmes en los travesaños; y cuando se sentía atrevido, incluso temerario, dejaba que todo su mundo se sustentara sobre una única extremidad.

   Era un tipo de cara triste, el señor Manel. Por lo que le había tocado vivir y porque la genética es así de cabrona, a veces. Hacía tiempo que la piel del rostro se le había escurrido y estaba manchada de herrumbre. A pesar de todo, conservaba cierto aire de nobleza perdida; de conde, de duque o incluso de archiduque arruinado en algún lejano casino de la Costa Azul.

   Al ver aquella silueta detenerse frente a su pequeño comercio, cada rincón de su cuerpo se revolvió, enfurruñó el ceño y su frente se convirtió en un campo recién labrado. No hace falta ser un tío grande para intimidar; de hecho, Antonio Falcón era todo lo contrario, así que se había procurado puños como martillos pilones para compensar.

   Se plantó frente al señor Manel y echó un vistazo alrededor, aunque conocía la tienda al dedillo. «Es sorprendente la cantidad de metros cúbicos de mala baba que caben dentro de un cuerpo tan pequeño», pensó el comerciante.

   —Deberías invertir algo más en tu negocio, que los chinos os están comiendo la calle.



   El señor Manel le aguantó la mirada:

   —Chinos, moros, indios, paquis o españoles, cabrones los hay en todas partes.

   Falcón esbozó media sonrisa. El viejo tenía toda la razón:

   —Al menos a los de aquí se os entiende, y uno, pues se hace entender —replicó—. ¿Tienes lo mío?

   Las fuerzas que tanto le habían costado reunir al señor Manel para enfrentarlo volaron de golpe. Bastaron aquellas tres palabras; un bolero. Negó con la cabeza y expuso el cogote. Cuando un hombre mira al suelo, su derrota es absoluta, y Falcón lo sabía. El viejo esperaba la vizcaína.

   —La cosa está mal —susurró mientras contraía los hombros y el alma—. Apenas llego.

   —Pues la próxima vez no votes a un gobierno de rojos y de maricones —le espetó Falcón—. Os prometen el oro y el moro y luego rien de rien. Pero los de izquierdas ahí, erre que erre, tragando como gilipollas mientras el politburó y los sindicatos se os forran en la cara.

   El señor Manel permaneció en silencio y, sin motivo alguno, recordó la lección magistral que le había impartido un viejo camarada del Pecé hacía mucho tiempo; debía de intuir que la vida no le iba a durar y recurría al pasado: «Si encierras a cuatro comunistas en una habitación, se habrán escindido en dos facciones a la hora, y, pasadas dos, en cuatro partidos». «Aquel hombre tenía más razón que un santo», se dijo; y le recordó por qué había echado su militancia por el váter.

CARLOS BASSAS DEL REY - "Siempre pagan los mismos" - (2015)

Imágenes: Tavo Montáñez

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