Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 22 de junio de 2021

LLUEVE


 –¿Cuál es tu poema favorito, Kitty?

   –¿Te refieres a uno que haya escrito yo o de otra persona?

   Ya debía saber que él era su poeta favorito. Por eso estaba ella allí. Sus palabras estaban dentro de ella. Las comprendía antes de leerlas. Pero él jamás lo reconocería. Siempre se mostraba alegre. Tan jodidamente alegre que ella pensó que posiblemente él estuviera en tremendo peligro.

   –Me refiero a si te gusta Walt Whitman o Byron o Keats o Sylvia Plath.

   –Ah, vale. –Tomó otro sorbo del cóctel–. Pues no hay color. Mi poema favorito es de Apollinaire.

   –¿Y cuál es?

   Inclinó la silla hacia delante y cogió la pluma estilográfica que él siempre llevaba enganchada a su camisa como un micrófono.

   –Dame la mano.

   Cuando depositó su mano en la rodilla de ella y su palma dejó una huella de sudor en el vestido de seda verde, ella le clavó la punta en la piel con tal fuerza que él se sobresaltó. La chica era más fuerte de lo que aparentaba, porque le había sujetado la mano y él no podía o no quería apartarla. Le hacía daño con su propia estilográfica según iba imprimiendo un tatuaje de letras negras en la piel.

                                                  L

                                                     L

                                                        U

                                                           E

                                                              V

                                                                 E

   


   Se quedó mirando su mano escocida.

   –¿Por qué te gusta tanto?

   Se llevó la copa de champán a los labios y deslizó la lengua en el interior, lamiendo los últimos posos de pulpa de fresa.

   –Porque siempre llueve.

   –¿Ah sí?

   –Sí. Tú lo sabes.

   –¿Ah sí?

   –Siempre llueve cuando te sientes triste.

   La imagen de Kitty Finch bajo una lluvia perpetua, caminando bajo la lluvia, durmiendo bajo la lluvia, comprando, nadando y recogiendo plantas bajo la lluvia, le intrigaba. Todavía tenía la mano en la rodilla de ella. Ella no había puesto el capuchón a la estilográfica. Él quería pedirle que se la devolviera, pero en lugar de eso, se encontró ofreciéndole otra copa. Ella estaba ensimismada. Sentada muy erguida en el sillón de terciopelo con la estilográfica en la mano. La punta dorada señalaba el techo. Pequeños diamantes de sudor caían por su largo cuello. Él se dirigió a la barra y apoyó los codos en el mostrador. ¿Tal vez debería rogar al personal que le llevaran a casa en coche? Era imposible. Era un flirteo imposible con la catástrofe, pero ya había ocurrido, estaba ocurriendo. Había ocurrido y volvía a ocurrir, pero debía luchar contra ello hasta el final. Observó la lluvia negra que ella le había tatuado en la mano y se dijo que estaba ahí para suavizar su determinación de luchar. Era lista. Ella sabía lo que hacía la lluvia. Ablandaba las cosas duras. Vio que estaba buscando algo en su bolso. Tenía un libro en la mano, uno suyo, y estaba subrayando algo en la página con su estilográfica. ¿Tal vez fuese una escritora extraordinaria? No se le había ocurrido. Quizá lo fuese, sí.

DEBORAH LEVY - "Nadando a casa" - (2011)

Imágenes: Mitch Dobrowner

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