Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 24 de marzo de 2020

MI VIDA EN HUEL

    

      
     Sáquense la ropa, tarados,

     arránquense la carne,

     tiren los huesos…

 

   Tenía doce años cuando escribí estas líneas. Había escrito otras y ya sabía que quería ser poeta, pero esto era lo primero que me atrevía a leerle a mi mamá. Estaba leyéndoselo por teléfono y de pronto la escuché gritar. Siguió un ruido de chapas y vidrios rotos.

   Manejaba Claudio, el nuevo novio de mamá. Por primera vez en décadas, este Claudio volvía a la ciudad donde había nacido. Mi mamá lo acompañaba. Apenas dejaron la ruta y tomaron el camino que lleva a la ciudad —cinco kilómetros de asfalto irregular en línea recta—, Claudio reconoció los campos, las primeras casas, los montes de álamos en los que tantas veces había jugado a los cowboys con sus amigos de la infancia, y se largó a llorar emocionado. Las lágrimas le hicieron perder el control del auto. Mordió la banquina. Volcaron. Mi mamá murió.





   Al día siguiente los padres de una compañera de escuela en cuya casa me alojaba hasta que mamá volviese me subieron a un tren. Diez horas después bajé en Huel. Mi papá me estaba esperando. Yo apenas lo conocía. De hecho, lo único que recordaba de él —mis padres se separaron cuando tenía tres años— era una silueta borrosa que me besaba la frente a la hora de dormir. Supongo que se dio cuenta de que yo era su hija porque la única persona que bajó del tren aparte de mí era un conscripto.

   —¿Viajaste bien? —fue lo primero que me preguntó.

   —Sí, lloré todo el viaje de lo más tranquila.

SERGIO BIZZIO - "Mi vida en Huel" - (2016) - 8

 Imágenes: Francisco Benítez

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.