Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 28 de marzo de 2020

EL TURISTA PERPETUO




Enfilando el sendero de la costa estaba el charco rodeado de rocas. No todo el mundo se atrevía a saltar desde lo alto. Paolo acostumbraba a pescar casi todos los días y no le gustaba que los niños enredaran por allí.

   —¿Hay medusas, Paolo?

   —Pocas, pero saben dónde ponerse.

   No era más que una forma de ahuyentarnos, un apercibimiento para que no le espantásemos la pesca. Y, aunque lo tenía prohibido, Santi era siempre el primero en saltar de cabeza. «Un día que esté la marea baja, va a pegarse contra el fondo y se va a quedar parapléjico», decía mi madre. No se daba cuenta de que las oscilaciones de la marea en el Mediterráneo nada tienen que ver con las del mar Cantábrico. 





  A mi madre le desagradaba que yo frecuentase tanto a Santi: «Ese casta es un bicho». Era muy moreno y tenía el ombligo hacia fuera, muy diferente al mío. «Hija mía, en cada sitio les hacen un nudo distinto a los niños cuando nacen», me aclaró. Al de Santi yo le llamaba «ombligo de marinero». Sus padres estaban separados y a mi madre le parecía que el hecho de que sus progenitores no estuviesen juntos tenía mucho que ver con su comportamiento impetuoso, con aquella temeraria determinación que le llevaba a saltar de cabeza desde la roca más alta sin temor a la altura ni a las medusas.

   —Ahora te toca a ti.

   Era una frase que no se cansaba de repetir a los novatos que llegaban por primera vez a la urbanización. A mí no me lo decía, porque yo era chica.

   —Ya sé a qué vamos a jugar tú y yo ahora: vas a ser mi sombra.

HARKAITZ CANO - "El turista perpetuo" - (2017) - 8

 Imágenes: Brad Kunkle

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