Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 22 de febrero de 2020

LA PROFESORDA


 Días después nos fuimos varios a jugar al fútbol una tarde al salir del colegio. Fuimos porque Bomba había llevado el balón a clase, y nos habíamos tirado la hora de Lengua pasándolo por los pasillos sin que la profesora María Jesús se enterase. La profesora María Jesús era sorda pero no ciega, y por si nadie se había dado cuenta de que era sorda llevaba un sonotone enorme que para lo único que servía era para dejar claro que estaba sorda, como un cartel. Cuando levantábamos la mano decíamos «¡profesorda!», y ella respondía: «Dime, Donato» o «Dime, David».

     —¿Porque es usted la profesorda, no?

     —Y quién va a serlo, hijo.

     Pues bien, echamos la clase pasándonos la pelota de Valente a Jairo, de Martiño a Guillelme, de Carolina a Legañas. No por los aires, sino por el suelo, dándole patadas hasta que llegó al pobre Elvis, que no tenía idea de ningún deporte, y si se enterase de que caminar era uno, habría exigido ir a todas partes en silla de ruedas.



     Elvis cogió la pelota con la mano porque le pareció lo más natural, y así se la quiso pasar a Bomba: no porque fuera el pase más fácil sino porque era el dueño de la pelota y Elvis debía de entender que le hacía un favor. El problema es que Bomba estaba conmigo en las filas de delante y Elvis en la última, así que Elvis aprovechó que la profesorda estaba de espaldas a la clase, escribiendo en el encerado los adverbios, para ponerse de pie y apuntar a Bomba. Bomba decía que no con la cabeza, pero yo estaba a su lado riéndome y deseando por dentro que Elvis lo hiciese. Eso debió de animarlo porque, con toda la clase aguantando la respiración, el muy cabestro lanzó la pelota con toda la fuerza que pudo hasta pasar por encima de las cabezas de Golalo, de Jairo, de Mariña y por supuesto de Bomba, impactando de lleno sobre la profesora María Jesús, que a su vez estampó la cabeza contra el encerado.

   


  Del topetazo se le cayó la tiza, claro, y Sabinito García García, que era el chapón de clase, un pelota y además quería llevarse bien con los guays y ser uno de ellos, se levantó corriendo a por ella y se la dio a la profesora diciendo: «Su tiza, profesorda», guiñándole el ojo a Pequeño Mundo.

     —¿Qué me llamaste, hijo de puta? —preguntó la María Jesús. No recuerdo un silencio igual en clase. Se nos cortó a todos la respiración.

     La profesora María Jesús miró fijamente a Sabinito. Tantos años sorda para que recuperes el oído y lo primero que oigas sea a Sabinito García García llamándote sorda. Yo lo hubiera tirado por la ventana. Como si un paralítico pudiese caminar y lo primero que tiene que hacer es ir a buscar agua al pozo.

     La María Jesús abrió otra vez la boca, todos pensamos que para pedir perdón, y volvió a repetir la pregunta:

     —¿Qué me llamaste, hijo de puta?




     Sabinito empezó a llorar, doblado sobre sí mismo como una oruga. Arrugaba la barbilla y la golpeaba contra el pecho, como si estuviese en la iglesia pidiendo perdón. Pero aquí no había un Dios generoso, sino una mujer gorda y lista, vestida siempre con unas blusas gigantes para disimular unos pechos enormes que en ese momento eran dos montañas en erupción.

     —Profesora —dijo.

     —Qué.

     —Digo que la llamé profesora.

     —No, no me llamaste eso. Estaba demasiado cerca, y yo soy sorda pero no tanto.

     No hay nada peor que un discapacitado que deje de serlo. Son como superhéroes. Sobre todo, si ocurre justo en medio de la acción. Deberían poder recuperar el habla, las piernas o lo que sea que hubiesen perdido en células de aislamiento para asumir y controlar sus nuevos poderes. La María Jesús podía escuchar ahora mismo los pensamientos de Sabinito, y le iba a partir la columna vertebral, no había duda. Hasta Pequeño Mundo, castigado a perpetuidad en una mesa al lado del encerado, no se atrevía ni a mirar atrás para buscar las risas habituales.

MANUEL JABOIS - "Malaherba" - (2019)

Imágenes: Aldo Bahamonde 

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