Desapegos y otras ocupaciones.

viernes, 23 de agosto de 2019

UN BAJEL QUE SE DESLIZA POR UN ESPEJO


Josecito recuerda los primeros, inverosímiles años. Su boca desdentada repite las heroicas peripecias que ya parecen de otro mundo.

   Había desembarcado en Buenos Aires con forúnculos en el corazón, como todo inmigrante. Arrastraba a su familia; harapo de familia, guiñapo de mujer, hijas atontadas. El Atlántico le hizo vomitar comidas y recuerdos, mezclar males viejos con males nuevos, reconstruir el pozo donde lo habían aplastado tacos de adolescentes divertidos. Llegó a Buenos Aires sin idioma y sin dinero. Maldijo al mundo; también a su mujer encogida, a los consejeros ausentes. Golpeó por nada a sus hijas, tres hijas de ocho, diez y once años, pequeñas y hambrientas como la madre. Salió a buscar comida. La consiguió a veces, otras sólo desprecio. Metió su cabeza llena de gigantescas verrugas (melón con meloncitos adheridos) en cualquier rendija. Oyó que había trabajo en el campo, en colonias de inmigrantes. Eso, muy bien, allí quería ir.



   ¿Cómo se llama usted? No entendía, que alguien traduzca, lo tradujo un suizo. Necesito trabajar, cualquier trabajo, repitió. Lo acompañaron, sacó a su mujer y a sus hijas del hueco que habían cavado con las uñas, como perras. Eran bultos. En las colonias faltan brazos, sobra comida, aseguró entonces a sus mujeres, mujeres ya como terrones de arcilla. El suizo los llevó a una fonda. Después se durmieron: el sueño era lo único dulce, un bajel que se desliza por un espejo.
MARCOS AGUINIS - "Todos los cuentos" - (2010)

Imágenes: István Sándorfi

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