Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 27 de agosto de 2019

SEÑALES


En un lote baldío y encharcado de agua negra, había media docena de hombres de rodillas y mirando al suelo. Todos eran o parecían paisanos. Makina tomó su lugar al lado de ellos.

   Así que piensan que pueden venir y ponerse cómodos sin ganárselo, dijo el policía, Pues les tengo noticias, hay patriotas que estamos vigilando y les vamos a dar una lección. Esta es la primera: acostúmbrense a estar en fila. Si quieren venir, se forman y piden permiso, si quieren ir al médico, se forman y piden permiso, si quieren dirigirme la puta palabra, se forman y piden permiso. Se forman y piden permiso. ¡Así hacemos las cosas aquí, la gente civilizada! No brincándonos bardas ni haciendo túneles.

   Por el rabillo del ojo Makina veía cómo asomaba la lengua del policía al hablar, muy rosada y puntiaguda. Veía también que, aunque no la sacara, no separaba una mano de la funda donde traía la pistola. De pronto, el policía se dirigió a uno de los otros, el que estaba al lado de ella.



   ¿Qué traes ahí?

   Dio dos pasos hacia él y repitió ¿Qué traes ahí?

   El hombre tenía entre sus manos un libro pequeñito y lo apretó cuando el policía se aproximó a él. Se resistió un poco pero finalmente dejó que se lo arrebatara.

   Já, dijo el policía tras ojearlo, Poemas. Vaya con la mano de obra calificada, no traen dinero, no traen documentos, pero traen poemas. ¿Eres muy romántico? ¿Eres poeta? ¿Eres escritor? Pues ahora vamos a ver.

   Arrancó una de las últimas hojas, la apoyó en la pasta del libro, sacó un lápiz de su camisa y le dio todo al hombre.

   Escribe.

   El hombre levantó la mirada sin entender de qué se trataba.

   Te dije que escribieras, no que me miraras, hijo de puta. Pon los ojos en el papel y escribe por qué crees que estás en la mierda, por qué crees que tu culo está en las manos de este oficial patriota. ¿O no sabes qué has hecho mal? Sí lo sabes. Escribe.



   El hombre apoyó el lápiz en la hoja y comenzó a trazar una letra pero el temblor se lo impidió. Dejó caer el lápiz, lo levantó y volvió a intentarlo. No alcanzó a anotar ni una palabra, sólo un garabato nervioso.

   Makina le arrebató súbitamente el lápiz y el libro. El policía gritó A ti no te dije que… Pero se calló al ver que Makina comenzó a escribir sin titubeos. La vigiló mientras lo hacía, todo el tiempo sonriendo sardónicamente, aunque no podía ocultar desconcierto.

   Makina escribió sin detenerse a pensar cuál palabra era mejor que otra o cómo sonaba el mensaje. Escribió diez líneas y al terminar colocó el lápiz sobre el libro y en él detuvo su mirada. El policía aguardó unos segundos, luego dijo Dame eso, cogió la hoja y comenzó a leer en voz alta:



   Nosotros somos los culpables de esta destrucción, los que no hablamos su lengua ni sabemos estar en silencio. Los que no llegamos en barco, los que ensuciamos de polvo sus portales, los que rompemos sus alambradas. Los que venimos a quitarles el trabajo, los que aspiramos a limpiar su mierda, los que anhelamos trabajar a deshoras. Los que llenamos de olor a comida sus calles tan limpias, los que les trajimos violencia que no conocían, los que transportamos sus remedios, los que merecemos ser amarrados del cuello y de los pies; nosotros, a los que no nos importa morir por ustedes, ¿cómo podía ser de otro modo? Los que quién sabe qué aguardamos. Nosotros los oscuros, los chaparros, los grasientos, los mustios, los obesos, los anémicos. Nosotros, los bárbaros.

   El policía había comenzado la lectura engolando la voz, pero fue perdiendo histrionismo conforme se acercaba a la última línea, que leyó casi en un susurro. Al terminar se quedó mirando la hoja como si se hubiera atorado en el punto final. Cuando por fin levantó la vista parecía haber perdido la rabia o el interés en sus prisioneros. Redujo el papel a un bollo y lo arrojó a sus espaldas. Luego miró hacia otra parte, se dio media vuelta, habló con alguien por su radio y se largó.

   Makina se puso de pie en cuanto el policía se hubo ido, pero los demás tardaron en reparar que no se los llevarían presos. Se miraron unos a otros entre contentos y desconfiados, miraron luego a Makina pero ya no le pudieron decir nada porque ella había echado a andar de nuevo y sólo alcanzaron a divisar su silueta recortada contra el sol.
YURI HERRERA - "Señales que precederán al fin del mundo" - (2009)

Imágenes: Frank Dalemans

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