Al rato dormíamos abrazados como si nos conociéramos desde hacía muchos años. La intimidad tiene eso: en cuestión de segundos vuelve cierto algo que es totalmente falso. Un cuerpo tendido sobre el otro, como la ropa colgada después de un lavado. Se mece, se junta, se apoltrona, y al día siguiente se levanta como si no existiera tal cosa.
Al mes estábamos viviendo juntos porque a Felipe le convenía para no pagar alquiler. Yo tenía lugar de sobra en el departamento que me había comprado mi mamá ni bien terminé la escuela secundaria. Trajo a su perro Gallardo consigo y me pareció bien. Era cachorro y no hacía ruido.
No los invité a vivir conmigo, simplemente sucedió. En esa farsa del abrazo desnudo y la intimidad, en ese hacer de cuenta que éramos un conjunto que podía traspasar las barreras del tiempo para tener hijos, hijas, viajar a lugares, enfermarse, curarse, prometerse cosas. La mentira del núcleo duro, la mentira de la comunidad. Felipe ya era un cepillo de dientes, un bollo de ropa, de pares de zapatos, una conversación en cada cena, una película compartida en algún canal de aire, un asesino de mosquitos estacionados en las paredes. Felipe era mi novio, yo era su novia, vivíamos en el mismo domicilio. Sospecho que esa reunión de elementos quería decir que nos habíamos enamorado, que tal vez eso que hacíamos era vivir el romance de nuestras vidas y que todo lo que viniera después sería ridículo.
CAMILA FABBRI - "La reina del baile" - (2023)
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