Desapegos y otras ocupaciones.

miércoles, 13 de noviembre de 2024

CUANDO UNA MAÑANA, GREGOR SAMSA SE DESPERTÓ


Cuando, una mañana, Gregor Samsa se despertó de unos sueños agitados, se encontró en su cama convertido en un monstruoso bicho. Yacía sobre su espalda, dura como un caparazón, y al levantar un poco la cabeza vio su vientre abombado, pardo, segmentado por induraciones en forma de arco, sobre cuya prominencia el cubrecama, a punto ya de deslizarse del todo, apenas si podía sostenerse. Sus numerosas patas, de una deplorable delgadez en comparación con las dimensiones habituales de Gregor, temblaban indefensas ante sus ojos.

   «¿Qué me ha ocurrido?», pensó. No era un sueño. Su habitación, en verdad la habitación de un ser humano, sólo que un tanto pequeña, seguía ahí entre las cuatro paredes de siempre. Por encima de la mesa, sobre la que había un muestrario de telas desplegado —Samsa era viajante de comercio—, colgaba un retrato que él había recortado hacía poco de una revista ilustrada y puesto en un precioso marco dorado. Representaba a una dama con un sombrero y una boa de piel que, bien erguida en su asiento, alzaba hacia el espectador un pesado manguito, también de piel, en el que había desaparecido todo su antebrazo.



   La mirada de Gregor se dirigió luego a la ventana, y el tiempo nublado —se oía el tamborileo de las gotas de lluvia contra la plancha metálica del alféizar— lo puso muy melancólico. «¿Y si durmiera un rato más y me olvidara de todas estas tonterías?», pensó, pero era algo totalmente impracticable, pues estaba acostumbrado a dormir sobre el lado derecho y su estado actual le impedía adoptar esa postura. Por mucho que se esforzara en girarse del lado derecho, volvía a balancearse hasta quedar otra vez de espaldas. Lo intentó un centenar de veces, cerrando los ojos para no ver las patas que se agitaban, y sólo desistió cuando empezó a sentir en el costado un dolor leve y sordo que nunca había sentido antes.

   «¡Dios mío!», pensó. «¡Qué profesión tan agotadora he elegido! De viaje un día sí y otro también. Las tensiones que producen los negocios son mucho más grandes fuera que cuando se trabaja en casa, y para colmo me ha caído encima esta plaga de los viajes[34], la preocupación por los enlaces de los trenes, la comida mala e irregular, un trato con la gente siempre cambiante y nunca duradero, que jamás llega a ser cordial. ¡Al diablo con todo esto!» Sintió un ligero picor en el vientre; lentamente, se deslizó sobre la espalda hacia la cabecera de la cama para poder levantar mejor la cabeza y vio que la zona que le picaba estaba cubierta de numerosos puntitos blancos cuya presencia no lograba explicarse; quiso palpársela con una pata, pero la retiró al instante, pues el roce le produjo escalofríos.



   Volvió a deslizarse a su posición anterior. «Este continuo madrugar», pensó, «lo idiotiza a uno por completo. La gente tiene que dormir sus horas[35]. Hay viajantes que viven como concubinas de harén. Por ejemplo, cuando en el curso de la mañana vuelvo a la casa de huéspedes para copiar los pedidos que me han hecho, los muy señores aún están desayunando. Si yo lo intentara, con el jefe que tengo, me despedirían en el acto. Quién sabe, por lo demás, si no sería mejor para mí. De no ser por mis padres, hace ya tiempo que habría renunciado; me habría presentado ante el jefe y le habría dicho sin tapujos lo que pienso. ¡A que se hubiera caído del pupitre! No deja de ser extraño, por otro lado, eso de sentarse en el pupitre y hablar desde lo alto con el empleado que, dada la dureza de oído del jefe, tiene que acercársele mucho. El caso es que aún no se ha perdido del todo la esperanza. En cuanto haya reunido el dinero para saldar la deuda que mis padres tienen con él —y eso aún puede tardar unos cinco o seis años—, seguro que lo haré. Y esa será la gran ruptura. Pero de momento lo que tengo que hacer es levantarme, porque mi tren sale a las cinco.»

FRANZ KAFKA - "Narraciones y otros escritos" - (2003)


Imágenes: Julie Alice Chappell

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