Desapegos y otras ocupaciones.

miércoles, 17 de mayo de 2023

UNO NO SABE


Uno no sabe que un día se irá a la cama y, cuando despierte, papá pondrá los cereales en la mesa nervioso y sin haberse rasurado, las hermanas hablarán en voz baja y nadie dirá que mamá no está. Uno se irá a la escuela pensando que la verá al volver, pero será Trini quien abra la puerta del departamento, sirva la sopa de fideo y rezongue porque desde ese día en adelante le toca disponer como si fuera la señora de la casa. Uno piensa que alguien lanzará algo, un quejido, una pregunta, un plato, porque una madre no puede irse así. En vez de eso, las hermanas acarician la cabeza de uno, y papá llega por la noche a preguntar sobre la escuela y el futbol con impostado interés. Sentado al borde de la cama, no se fija en que uno no se lavó los dientes y parece que va a comenzar a explicar algo, pero los ojos se extravían entre las repisas con coches de juguete y suelta un «buenas noches» apresurado. Uno no sabe que el silencio será la explicación, que todos andarán como si la voz de la madre ausente fuera humo, como si los domingos siempre hubieran sido cuatro a la mesa, como si vendieran los calcetines con hoyos y fuese normal que Trini lo llevara al doctor en un taxi. Y uno irá a la escuela con los ojos como platos, con el asombro pegando las pestañas a los párpados porque nadie se ha atrevido a llorar, a patear las puertas, porque el único cambio visible son las fotos removidas. Solo en el buró del padre hay una en blanco y negro donde se miran los dos alegres, sentados en una banca. Vestigios de su madre en el cuarto que poco frecuenta uno, porque más vale no naufragar en el tamaño de la cama, en la doble almohada ni tras las puertas del clóset. Uno ni siquiera sabe si allí todavía cuelgan sus vestidos porque las hermanas se han encargado de echar llave, y son ellas las que van a los festivales de la escuela, firman las calificaciones, hablan con las maestras. El padre, callado, pasea por la casa como telón de fondo; uno supone que es la única forma posible de aceptar que no hubiera un beso de despedida.



   Uno crece y se acostumbra a Trini malhumorada, a las hermanas a oscuras con los novios en la sala, a las reuniones con los abuelos, a las leves alusiones a ciertos rasgos de la madre repetidos en los hijos, como el paso de una franela que recoge el polvo de los muebles. Uno aprende a no visitar a la abuela Nona porque solo habla de papá y su cerrazón, y porque las hermanas disgustadas no resisten que busque razones para la orfandad de sus nietos. Uno no quiere estar en casas ajenas que le recuerden a una madre de rasgos borrados. Pasan los años y uno empieza a mirar las piernas de las mujeres, a imaginarse besándolas y acariciándolas, y uno da todo por rodear una cintura apretada y aspirar un aliento dulce. Uno las besa, y las abraza en la penumbra del cine, y se masturba pensando en ellas y, cuando comienza a desear más allá de su cuerpo, su presencia y su ternura, uno se va sin despedida.

MÓNICA LAVÍN - "A qué volver" - (2018)


Imágenes: Jonathan Hateley

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