Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 23 de mayo de 2023

CREÍA QUE ERAS UN NIÑO BUENO


Creía que eras un niño bueno, pero hoy te estás portando muy muy mal. Si llego a saber que ibas a estar así, no te llevo a los lavaderos. Habíamos hecho con tanta ilusión esos barcos con cáscara de nuez y un palito dentro como mástil y una hoja para vela… Las mujeres que estaban pisando la ropa sucia en las pilas te han dicho cosas con voz alegre. Todo estaba tan bonito… Las túnicas, los cinturones y mantos extendidos a orillas del mar, donde el agua devuelve a la tierra los guijarros más limpios, se secaban con el último resplandor del sol. Las nubes eran peces rojizos que pasaban por el cielo, nadando despacio en el viento. ¿Y tú? Tú te has puesto a llorar. Te has tumbado de espaldas y has pataleado. Has gritado con esa voz aguda que pones a propósito. Y no has querido jugar. ¿Sabes qué? No te llevaré más. Pensaba coser una pelota de tela, pero se acabó. Si no quieres mirarme ni darme la mano, no habrá pelota ni lavaderos.

   ¿Y ese grito de mujer? Viene de la cárcel, de la celda en la que han entrado los guardias. Otro grito. Otro más. Y ahora, ese chillido largo largo. Sé lo que pasa ahí dentro, una prisionera está dando a luz, Yulo. Mi madre era partera y la llamaban siempre en los partos difíciles. Yo la acompañaba para ayudarle y aprender el oficio, aunque era muy pequeña entonces. Cuando las mujeres echan un niño afuera, gritan muchísimo. Se retuercen y se estiran de dolor. Aúllan.



   Mi madre sabía cómo arrancarles el niño del regazo aunque su cuerpo se cerrase. Esa mujer de la celda tendría suerte si mi madre entrase a ayudarla, como hacía en Tiro, hasta que ella misma tuvo los dolores y mi hermanito se murió en su vientre y se la llevó.

   Mi madre era suave. Calmaba a la parturienta con murmullos y consejos, ponía su cuerpo en la posición adecuada, le decía cómo respirar y la animaba para que empujara. Yo me sabía los conjuros para invocar a la diosa lunar, yo recitaba las palabras y rezaba. Mi madre nunca usaba hierros ni garfios como los guardias de la cárcel.

   Sí, esto que oyes, Yulo, son los gritos de una madre. También tu madre gritó así, Yulo, mientras apretaba los dientes y empujaba y tú venías al mundo a fuerza de desgarrarla por dentro con arremetidas de dolor.

   ¿Quieres que recemos pidiendo a los dioses por la mujer que grita en la celda? ¿Para que la muerte no apague sus ojos en el parto, como le pasó a mi madre? Sí, reza.

   ¿Te he dicho que mi hermanito que se murió sin nacer tendría los mismos años que tú? Lo perdí, pero ahora te tengo a ti.

   Mi madre sabía muchas cosas. Hacía emplastos de hierbas, de miel, de grasa, de pescado, y los untaba a las mujeres embarazadas en el vientre. Eran recetas muy antiguas para ahuyentar a los malos espíritus. También preparaba pomadas para aliviar y dar protección mágica. Y filtros de amor. Y era la única que sabía la fórmula de la poción de mandrágora contra los demonios que hacen estériles a las mujeres jóvenes. Elisa venía a buscar esa poción a casa de mi madre, porque su vientre se negaba a curvarse. Mi madre le daba friegas mientras murmuraba ensalmos. Un día, Elisa trajo una muñeca de trapo y me la regaló. Otro día vino con unas tabas pintadas cada una de un color, y jugó conmigo, enseñándome a lanzarlas igual que dados y a aprender el valor que tiene cada lado de la taba. También trajo un sonajero en forma de cerdito para el niño que mi madre llevaba dentro. Se notaba que les gustaba estar juntas. Elisa acercaba la mano al vientre de mi madre y sonreía con asombro cada vez que sentía los golpes a través de la capa de carne.

IRENE VALLEJO - "El silbido del arquero" - (2015)


Imágenes: Oliver Chalk

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