Desapegos y otras ocupaciones.

viernes, 26 de mayo de 2023

¡AHORA SÍ QUE TE LA HAS CARGADO!

 


Todo acabó un jueves por la mañana, el 18 de noviembre de 1999, sin que terminara el siglo y cinco días antes de mi cumpleaños. Habría cumplido treinta y siete.

   Eran casi las doce y había quedado a las doce en punto en recoger a mi madre para acompañarla al médico. Llevaba equis horas intentando salir de casa. En el último momento siempre me acordaba de algo: las llaves, la cartera, la luz del baño encendida. Daba lo mismo, lo sabía: cuando estuviera en el ascensor, en el momento equis más uno, me daría cuenta de que había olvidado lo más importante.

   O lo que hubiera olvidado se convertiría en lo más importante.

   Así era mi vida.

   En esas estaba, con el abrigo puesto, la puerta abierta y volviendo a entrar por la chequera, cuando oí ruido de pasos.

   Eran dos hombres, uno con vaqueros y anorak, y otro con un traje gris de raya diplomática pero sin corbata, cinturón ni cordones en los zapatos, como los presidiarios.

   Estaban entrando en la casa.

   Mi casa, me refiero.

   El del anorak llevaba una pistola en la mano.

   —Los papeles —reclamó el del traje.

   ¿Que qué hice? Pues qué iba a hacer, se los entregué en el acto, faltaría más. Que conste que no pensaba tanto en salvar mi vida (total, esta vida), como en mi madre, la pobre mujer, pinzada en sus vértebras lumbares y esperándome en el recibidor, sentada con el bolso sobre las rodillas y el abrigo puesto desde las nueve de la mañana.

   Tras examinar la carpeta, el del traje concluyó.

   —Misión cumplida.

   —¿Qué hacemos con esta? —preguntó el del anorak.



   El otro sacó un teléfono móvil del bolsillo, marcó un número y pidió instrucciones.

   —Misión cumplida, pero hay un problema: el pájaro ya le había entregado los papeles a otra persona —dijo.

   Sentí una curiosidad más intensa por saber quién estaría al otro lado del teléfono que por conocer su respuesta. El del traje escuchó con atención y luego dijo:

   —Afirmativo.

   Colgó y se dirigió al del anorak:

   —Sabe demasiado, hay que eliminarla.

   —Vale, Boss.

   Así que el otro debía de ser un esbirro, el que se ocupaba de los trabajos sucios.

   Apoyó el cañón de la automática contra mi sien y apretó el gatillo.

   No oí la detonación. Sentí frío, como si un hilo de escarcha me atravesara la frente para enhebrarse en mi corazón.

   —Andando, Pescas —ordenó el jefe.

   Mi primer pensamiento fue: ¡ahora sí que te la has cargado!

RAFAEL REIG - "Guapa de cara" - (2004)


Imágenes: Ruslan Khasanov

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