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lunes, 23 de enero de 2023

PRUEBAS DE INTOLERANCIA AL ARTE


Quizá fuese el arte lo que me hacía sudar. Quizá las esculturas y las pinturas eran inherentemente malas para mí. Contuve la risa. Era curioso. Aquella misma mañana había estado en el banco donde tenía la hipoteca. A saber por qué, la mujer de detrás de la ventanilla siempre me cuenta historias de enfermedades y muertes. Siempre se hace pruebas no concluyentes, generalmente de enfermedades espantosas. Tal vez, me dije, podría hacerme pruebas de intolerancia al arte, como esas pruebas con parches que se hacen para la alergia. «Tenemos los resultados —diría el médico—. Muestra usted intolerancia a los ácaros, al pelo de gato y de caballo, al marisco, a los metales de la familia del níquel y a varias formas de expresión cultural». Yo soltaría un suspiro de alivio. Descubriría, no demasiado tarde, que mi vida podría haber sido sencilla y sin síntomas, podría haber consistido en respiraciones profundas, saludables y exentas de fluidos de haber sabido que no debía acercarme al arte. Después del diagnóstico visitaría los teatros, las galerías, los cines y las librerías amodorrada, sumida en la bruma de los antihistamínicos, con los sentidos tan embotados que no me importaría lo más mínimo cuál era o podía ser la narrativa inherente.

ALI SMITH - "La historia universal" - (2003)


Imágenes: Christian Verginer

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