Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 6 de agosto de 2022

LA NOCHE ES EL INICIO DE GRANDES CAMBIOS

 


Cuando se fue dejó un perro como regalo de despedida. Mi madre quiso deshacerse de él, pero no lo logró. Mi padre había atacado por un flanco vulnerable; sabía que a mamá le encantaban los animales y que más allá de los gritos, ese perro jamás cruzaría la puerta de la casa sin correa. Sergio y yo le construimos una casa con cajas de cartón, a pesar de que Mota siempre prefirió la calidez de la alfombra. Se colocaba patas arriba y mi hermano le pintaba el símbolo de Universitario con resaltador rojo. Mi trabajo consistía en sostener las patas de nuestro perro para que el tatuaje quedase perfecto. Sergio lograba convencerme de cualquier cosa. De jugar fútbol, de hacer huelgas de hambre, de lanzar globos de agua a las empleadas de los vecinos. Sin embargo, yo nunca pude persuadirlo de jugar a las muñecas sin que hubiera un atentado terrorista de los GI Joe.



Mi madre llegaba tarde de la oficina y siempre traía dulces en la cartera. Yo la llamaba por teléfono al regresar de clases: Mamá, cómprame algo. «Macarena, hay galletas en la cocina», refunfuñaba, pero igual compraba chocolates. Se sentía culpable y no sabía cómo manejarlo. Lloraba y otras veces nos gritaba sin razón. Su angustia era tan profunda que se le pelaban las manos, se abrían llagas que permitían ver otras capas de piel, como buscando llegar al centro de su dolor. Muchas veces mi abuela trató de explicarme por qué sus manos se ponían así. Nunca llegué a entenderlo del todo, solo comprendía que tenía que ver con mi papá, el hígado y la pena. Cuando mi madre regresaba del trabajo se acercaba a mi dormitorio, me daba un beso en la frente y revisaba mi agenda de tareas. Después se acercaba al cuarto de Sergio y le revisaba los cuadernos. En cuestión de minutos, volvía a mi habitación. Se asomaba sonriente porque en el universo de los padres, las buenas notas significan buenas vidas. Son un indicador de normalidad. Después se echaba a mi lado y veíamos una telenovela hasta que el sueño me vencía. A la mitad de la noche me despertaba. A pesar de las cucharadas de agua de azahar, me despertaba. Abría los ojos y huía al cuarto de mi madre. Corría porque tenía miedo de que algo sucediera. Huía porque la noche es el inicio de grandes cambios.



Las fugas a la habitación de mi madre culminaron en visitas a la psicóloga. En un consultorio lleno de juguetes me obligaba a ver manchas, me pedía que le cuente historias y que dibuje a mi familia. Utilizaba conmigo técnicas que hoy sé de memoria. Fallé de todas las maneras posibles. Dibujé a mi padre redondo y suspendido en el aire, el trazo de mi madre era un crisol de borrones, Sergio ocupaba la mitad de la página y Mota se encontraba entre mi padre y mi madre, ladrando. «Macarena, ahora es momento de conversar, háblame de tu papá, tu mamá y Sergio». Le conté que mi padre era presidente de un país de África, que Sergio era futbolista profesional, que mi mamá me llevaba los fines de semana a Disney. Debí sospechar que en las conversaciones de amigos ninguno tenía una libreta de notas; mentía a cualquiera que no pudiera descubrir la verdad, mentía en la movilidad escolar y lo hacía el día entero en el colegio.

MARÍA JOSÉ CARO - "¿Qué tengo de malo? - (2017)


Imágenes: Yvonne Coleman Burney

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