Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 8 de diciembre de 2020

AQUELLA NOCHE

 


Aquella noche. Sé que una historia puede empezarse de mil maneras distintas, y soy muy consciente de que el resto de las personas involucradas en esta discreparían sobre mi elección (ya estoy viendo la ironía en la comisura arqueada de mi prima, ya oigo el resoplido de desdén de mi primo…). Pero no lo puedo evitar: para mí todo se remonta a aquella noche, la sombría bisagra oxidada entre el Antes y el Después, la lámina de cristal distorsionante que alguien cuela entre medias, y que a un lado lo tiñe todo con sus colores turbios y al otro lo ilumina y hace que parezca tan cerca que duele, intacto a la par que intocable. Por mucho que pueda demostrarse que no tiene sentido —porque, al fin y al cabo, el cráneo llevaba años metido en aquel hueco, y creo que es evidente que de todas formas habría salido a la luz ese mismo verano—, no puedo evitar creer que, en un plano más profundo que la propia lógica, nada de todo esto habría pasado si no hubiera sido por aquella noche.


   (...)  Mi mano, con un aparatoso y desconcertante arreglo de vías, tubos y vendas pegadas al dorso, embutido en la carne como una especie de parásito grotesco. Mi padre apoyado contra una pared, sin afeitar y ojeroso, soplando a un vaso de papel; había un animal que le pasaba por delante una y otra vez, un bicho color pardo de largos músculos que parecía un perro salvaje o algo similar, un chacal quizá, pero no conseguía enfocarlo medianamente bien para poder asegurarme; mi padre no parecía verlo y pensé que quizá debía avisarlo, pero habría sido una tontería, cuando lo más seguro era que lo hubiera traído él mismo, para animarme, que no era precisamente lo que estaba haciendo, pero a lo mejor luego se acurrucaba conmigo en la cama y me aliviaba de algún modo el dolor… Era un dolor tan intenso y difuso que parecía un elemento intrínseco del aire, algo que había que aceptar porque siempre había estado allí y nunca desaparecería. Aun así, cuando pienso en esos primeros días, no es el dolor lo que recuerdo con más intensidad, sino la sensación de estar siendo partido a trozos metódicamente, tanto de cuerpo como de mente, con la facilidad con la que se desgarra un pañuelo empapado, y que no podía hacer nada en absoluto por combatirlo.

TANA FRENCH - "El secreto del olmo" - (2019)

Imágenes: Fabio Interra

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