Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 6 de junio de 2020

NOS CUENTA QUE


Nos cuenta que caminabas por las calles y los ojos machete de los hombres te seguían sin pudicia rasgándote hasta el alma. Nos dice que de un día para otro, y a pesar de no contar con más de quince años, los chiquillos, los jóvenes, los viejos de la cuadra tenían tu nombre en los labios como una fruta recién caída del árbol, la más jugosa tal vez, la más deseada. Que encontraste la manera de disfrazarte de mujer sin que las huellas de tu niñez te traicionaran. Es más, que esas reminiscencias infantiles afloraban desconcertantes, oportunas, con encantadora naturalidad.

   Pero no fuiste la primera Lolita del barrio ni serías la última. Ninguna hermosura alcanza para la leyenda, Marina. No podías saber eso, claro, como tampoco podías saber que ciertos venenos son dulces, embriagadores y, por lo mismo, mucho más letales.


   Nos cuenta que te consumía la prisa por recorrer todas las fiestas de la colonia, a las que entrabas en medio de silencios, piropos y murmullos mientras la música de banda reventaba los tímpanos del personal. Y que los polluelos que revoloteaban a tu alrededor terminaron por aburrirte pronto, aun cuando las muñecas de tu cuarto todavía compartían secretos y desencantos. Te volviste inalcanzable, al menos para los malandrines que crecían contigo, apurados por adquirir una hombría de gatillos y navajas. El dinero de tu hermana compensaba su ausencia: el celular que nadie tenía, el vestido que nadie tenía, los zapatos que nadie tenía, el iPod que mucho menos.


   Nos dice que la colonia se convirtió en una jaula y tú en una pantera bella y rabiosa que no dejaba de ver un punto en el horizonte, donde las calles no olían a letrina ni los hombres a sudor y semen. Ni las mujeres eran feas y preñadas, sumisas, tristes, miedosas, siempre a punto de parir o recién paridas. Que había un antro de moda, poco importa su nombre, no muy lejos de allí, y con esa minifalda y ese escote y esos tacones y esos aretes de fantasía, pero sobre todo, con esa actitud de desdén, furia y pestañas largas, sus puertas se te abrieron a pesar de no ser animal de esa granja ni tu estirpe la de las hembras que desfilaban frente a los guardias de la entrada. Que brillabas como un salmón contracorriente en ese río turbio de espejismos, lentejuelas y risas tontas. Que hubo galanes presuntuosos, verbos como montar, mamar, penetrar, acariciar, lamer, tocar, estrujar que astutamente no conjugabas, según nos dice, a pesar de tenerlos en la punta de la lengua, en tus caderas que aún no terminaban de florecer, en tus ojos crepusculares. Solo eras tentación sin epílogo, lo que los hombres en brama conocen como calientahuevos.
IMANOL CANEYADA - "Las paredes desnudas" - (2014)

Imágenes: Aykut Aydogdu

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