Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 27 de junio de 2020

LA PÓLVORA APRETADA, MI GRITO


En el porche, la madera cruje bajo mis pies nerviosos. Desde allí mismo, sin perder de vista el lugar en el que el hombre está, palpo la pared interior y, cuando la encuentro, levanto el arma por el tirante. Saco un cartucho de la faltriquera, abro el cañón y aunque juré que nunca más volvería a tenerla cargada en casa, ahí está el brillo gastado del culote de latón taponando el tubo. Solo entonces me acuerdo de Iosif, que me mira fijamente desde su mecedora quieta. Los dientes, apretados; las sienes, tensas. Lo llama alimaña, hijo de mala madre. En el fondo de sus ojos se acumula el cieno, pero en sus pupilas brilla la codicia sanguinaria del cazador. Dirijo mi mirada al huerto y cierro la escopeta. Siento en mis manos el seco chasquido del fiador asegurando el cañón. Un sonido preciso y firme que alienta en mí una confianza de la que no dispongo. El acero estriado del tubo será mi boca, y la pólvora apretada, mi grito.



   «No le voy a decir más veces que está usted en una propiedad particular. Si no se va ahora mismo, le dispararé».

   El hombre no se inmuta. Aprieto con fuerza la garganta de madera, el dedo dispuesto sobre el gatillo. Sé perfectamente que, a menos que intente agredirme, no le voy a disparar. Aun así, me desespera su indolencia. No me mira, no mueve un músculo, no da señales de tener miedo, no ya de una mujer vieja y escuálida, sino de un arma cargada y caprichosa. Una escopeta en manos de alguien que solo ha abatido con ella ánsares y faisanes y, casi siempre, levantados del suelo por ruidosos ojeadores. ¿Qué clase de licores consume esta gente? ¿Por qué se muestran tan displicentes? ¿Dónde está su dignidad?, me pregunto.
JESÚS CARRASCO - "La tierra que pisamos" - (2016)

Imágenes: Dani David
                                       

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