Desapegos y otras ocupaciones.

miércoles, 10 de junio de 2020

AMÉRICA, AMÉRICA


Fui a centros de enseñanza públicos, verdaderamente públicos. Todo el mundo iba: el listo, el tímido, el gordito, el larguirucho, el futuro genio de la electrónica, el futuro polizonte que una noche patearía, hasta matarlo, a un diabético, bajo la errónea impresión de que era un borracho que necesitaba serenarse; los pobres, que olían a lana agria, tenían en casa al bebé siempre empapado en orines y se alimentaban de guisos políglotas; y los más ricos, que llevaban abrigos con cuello de piel, aunque fuese arratonada, sortijas de cumpleaños con ópalos engastados y papás con coche («¿Qué hace tu papá?» «No trabaja, conduce un autobús». Risas). Allí estaba: la Educación, que se nos ofrecía gratuitamente a todos nosotros, una buena muestra de pueblo americano víctima de la depresión, aunque nosotros, por supuesto, no estuviésemos deprimidos. Eso lo dejábamos para nuestros padres, que producían con dificultad un hijo o dos, y que, después de la jornada de trabajo y de la frugal cena, se desplomaban mudamente junto a la radio para escuchar las noticias de su «país natal» y de un personaje de bigote oscuro llamado Hitler.



   Pero en la camorrista ciudad costera —gran batiburrillo vociferante de católicos irlandeses, judíos alemanes, suecos, negros, italianos y, rara avis, esa excepcional gota incontaminada, procedente del Mayflower, algún inglés— donde recogí, como si fueran pelusa, mis primeros diez años de enseñanza, lo que nos sentíamos, por encima de todo, era americanos. Y en aquel conglomerado de ciudadanos infantiles quedarían grabadas, gracias a las escuelas gratuitas y comunales, las doctrinas de la Libertad y de la Igualdad. Aunque casi podíamos llamarnos bostonianos (el aeropuerto de la ciudad, con su hermosa flota de aviones y dirigibles plateados, gruñía y resplandecía al otro lado de la bahía), los iconos que adornaban las paredes de nuestra sala de estudios eran los rascacielos de Nueva York, la misma Nueva York y la gran reina verde que alzaba una lamparita de noche símbolo de la Libertad.
SYLVIA PLATH - "Johnny Panic y la Biblia de Sueños" - (1977)


Imágenes: John Baloyi

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