Zoom ha evolucionado desde la llegada del covid-19. Cuando Holly empezó a usarlo —en febrero de 2020, hace diecisiete meses, aunque parezca que ha pasado mucho más tiempo—, bastaba con mirar a la cámara bizqueando para que se cayera la conexión. A veces veías a los otros participantes en la videollamada; a veces, no; y a veces palpitaban atrás y adelante en un vaivén delirante que provocaba dolor de cabeza.
Holly Gibney es toda una cinéfila (pese a que no ha pisado una sala de cine desde la primavera pasada), y le gustan tanto las películas taquilleras como el arte y ensayo. Una de sus preferidas de los años ochenta es Conan, el bárbaro, y su frase favorita de esa película la pronuncia un personaje secundario. «Hace dos o tres años —dice el buhonero, refiriéndose a Set y a sus seguidores— eran solo una secta de la serpiente más. Ahora están por todas partes».
Zoom viene a ser algo así. En 2019 era solo una aplicación más, que pugnaba por espacio vital con competidores como FaceTime y GoToMeeting. Ahora, gracias al covid, está tan extendido como la Secta de la Serpiente de Set. Además, no solo ha mejorado la tecnología, sino también los valores de producción. El funeral por Zoom al que Holly asiste casi podría ser una escena de un drama televisivo. La imagen se centra en cada una de las personas que pronuncian su panegírico por la difunta, claro, pero también salta de vez en cuando a los asistentes afligidos que siguen la ceremonia desde sus casas.
Aunque no a Holly. Ella ha desactivado la cámara. Ahora es mejor persona, más fuerte que tiempo atrás, pero aún se reserva celosamente su vida privada. Sabe que es normal que la gente esté triste en los funerales, que llore y tenga un nudo en la garganta, pero ella no quiere que nadie la vea en ese estado, y menos su socio o sus amigos. No quiere que la vean con los ojos enrojecidos, el cabello revuelto o las manos trémulas mientras lee su propio panegírico, que es corto y tan sincero como le ha sido posible. Sobre todo, no quiere que la vean fumar: después de diecisiete meses de covid, ha recaído.
Ahora, al final del oficio, la pantalla empieza a mostrar imágenes grabadas de la difunta en distintas actitudes y distintos lugares mientras Frank Sinatra canta «Thanks for the Memory». Holly no resiste más y hace clic en SALIR. Da una última calada al cigarrillo y, mientras apaga la colilla, le suena el teléfono.
No le apetece hablar con nadie, pero es Barbara Robinson, y se siente obligada a atender a esa llamada.
—Te has salido —dice Barbara—. Ni siquiera se ve el recuadro negro con tu nombre.
—Esa canción en particular nunca me ha gustado. Y, además, ya había terminado.
—Pero estás bien, ¿no?
—Sí. —No es del todo verdad; Holly no sabe si está bien o no—. Pero ahora mismo necesito… —¿Qué palabra aceptaría Barbara? ¿Qué palabra permitirá a Holly poner fin a esta llamada antes de venirse abajo?—. Necesito procesarlo.
—Lo entiendo —dice Barbara—. Si quieres, me planto ahí en un santiamén, con o sin confinamiento.
Se trata de un confinamiento de facto, no forzoso, y las dos lo saben; el gobernador está decidido a proteger las libertades individuales, aunque para defender esa idea tengan que enfermar o morir miles de personas. En todo caso, gracias a Dios, la mayoría de la gente toma precauciones.
—No hace falta.
—Vale. Sé que es una mala situación, Hols, una mala época, pero aguanta. Hemos pasado por cosas peores. —Está pensando quizá, casi seguro, en Chet Ondowsky, que el año pasado emprendió un viaje corto y letal al caer por el hueco de un ascensor—. Y ya vienen las vacunas de refuerzo. Primero para las personas con sistemas inmunes débiles y los mayores de sesenta y cinco años, pero, por lo que he oído en clase, en otoño habrá para todo el mundo.
—Eso pinta bien —dice Holly.
—¡Y, por si fuera poco, Trump se ha ido!
Dejando a sus espaldas un país en guerra consigo mismo, piensa Holly. Y a saber si no reaparecerá en 2024. Se acuerda de la promesa de Arnie en Terminator: «Volveré».
STEPHEN KING - "Holly" - (2023)