Desapegos y otras ocupaciones.

viernes, 2 de abril de 2021

LA ISLA ME GUSTÓ ENSEGUIDA

 


La isla me gustó enseguida, su desolación me pareció agradable. Parece hecha para mí. Tiene quince kilómetros de largo por siete de ancho (¿o son siete de largo por quince de ancho?, eso del largo y el ancho siempre me ha confundido), con un acantilado a un lado y una playa rocosa al otro. Las aguas que la rodean son traicioneras, y están plagadas de corrientes ocultas y revueltas, por lo que los yates y las embarcaciones de recreo las evitan con el feliz resultado de que no nos molestan los excursionistas, ni esos alegres personajes con gorra y suéteres de punto, que pasean por el puerto pidiendo grog y hablando de manera incomprensible sobre botalones, mesanas y demás. En general, está agradablemente desprovista de ningún rasgo pintoresco. Es cierto, hay cabañas enjalbegadas y muros de piedra seca, y ovejas, e incluso aquí y allá un pastor con chaqueta de tweed. Y también tenemos cosas de mayor enjundia, las colinas, y las vistas del océano y las distancias relucientes de color lavanda, y por la noche está el firmamento cuajado de luces. Lo que falta es ese aspecto de fortaleza pétrea —de resistencia a las tormentas y tolerancia a las privaciones— que una verdadera isla ofrece al mundo exterior y que llena al visitante ocasional de una mezcla idéntica de asombro e irritación. Lo cierto es que no parece una isla, es más como un trozo de tierra firme que no hace mucho hubiese quedado a la deriva. 

JOHN BANVILLE - "Fantasmas" - (1993)

Imágenes: Reuben Wu

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