Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 30 de mayo de 2020

CADA NOCHE LO SALVA DE MORIR AHOGADO


Lucrecia se chupa el dedo índice y pasa la página de la novela de Iván Turguéniev que está a punto de acabar. Esta tarde asistirá al acontecimiento semanal que ella ha elegido para reconocerse precisamente como Lucrecia y no como una anodina hembra de sesenta y nueve años: los encuentros literarios de los jueves.

   Lucrecia pasa la página con avidez. Cuando lee, jamás se olvida de sí misma y lleva cada palabra y cada acontecimiento al territorio de lo que ya ha vivido o al de lo que le queda por vivir. No es que se identifique con un personaje en concreto, sino que reconoce mínimos fragmentos que, de repente, le remiten a detalles que tenía olvidados o que le obligan a reconstruir retazos de su propio carácter que, de no haber leído una página, esa página en particular, le habrían pasado por alto. Estando dentro de ella, perteneciéndole, le habrían pasado por alto.
Por eso, Lucrecia cree que, de no haber leído ciertas páginas en particular, una parte de su ser se le hubiera quedado traspapelada, y esa creencia le produce cierto repelús, como si cada vez que se metiera en la cama, se sobresaltara al no identificar como suya la mano en la que reposa su cabeza.


 Entonces, echa hacia atrás su brazo mecánico y palpa el bulto omnipresente de Julio, los tirantes de su camiseta Ocean, los pelos de dentro de sus orejas grandes. Y todo vuelve a su lugar. Ella se reencuentra de nuevo consigo misma, porque Julio ocupa su hueco de colchón y huele a ungüentos mentolados. Esta es una emoción que Lucrecia no comparte con ningún miembro de su familia. Incluso, algunas veces, Lucrecia se acerca mucho a Julio y le pone la mano cerca de la boca para cerciorarse del calor de su aliento, porque ha dejado de oír el soplido de la respiración de Julio, y a Lucrecia le entra el pánico y, entonces, le pega patadas en las espinillas o le mete los dedos entre los pelos de las axilas y, en ese instante, Julio se revuelve, y ella aproxima, otra vez, la oreja hasta la boca de su marido para escuchar con atención el ir y venir de las respiraciones. Julio nunca sabrá que cada noche Lucrecia lo salva de morir ahogado.
MARTA SANZ - "Animales domésticos" - (2003)

Imágenes: Kylli Sparre

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