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miércoles, 18 de diciembre de 2019

BUENOS AIRES ESTÁ MUERTA PARA MÍ


La luz es tenue pero suficiente como para leer. Hay una biblioteca importante contra una de las paredes. Debe tener unos quinientos volúmenes o más. Hay una hemeroteca también, sólo revistas del gremio, publicaciones lujosas, a todo color y con lomo. Un gremio rebosante de vida el de la muerte. Traum me dice que embalsamar no es sólo resguardar la última impresión que uno se lleva de su ser querido, es también una manera de resguardar la salud pública. Y yo lo último que quiero es el premio Nobel de Salud Pública, y mucho menos recordar a mi padre rozagante metido en un cajón. No me podría perdonar mandarlo al horno con un aspecto tan saludable que dieran ganas de llevarlo a tomar un vermú. Mejor me voy. Tengo un tiempo hasta que empiece el velorio. Pero ¿adónde voy?, ¿a caminar? 



Buenos Aires está muerta para mí. Me siento mal en Buenos Aires. Me siento mal en todos lados, pero en lo que fue mi Buenos Aires querido cuando yo te vuelva a ver, peor. Y pensar que fue un lugar decente, por lo menos hasta que se vino la horda de turistas sentimentales a bailar tango, sobre todo después de reorganizarse para explotar más efectivamente a los pobres del mundo. Para desvirgar mujercitas todavía prefieren Cuba, es más barato, las mujercitas se deciden más temprano. Deben sentir que hay amor, porque ellas los miran agradecidas. Deben sentir que la tienen bien grande, que rompen todo en donde la meten. Ojalá Fidel se decidiera a fusilar turistas. Son demasiados juicios los que llevo encima, demasiadas infancias pobres, demasiada muerte evitable. Ahora lo que fue mi lugar es una letrina.
PABLO RAMOS - "La ley de la ferocidad" - (2007)

Imágenes: Dan Griggs

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