Desapegos y otras ocupaciones.

viernes, 13 de septiembre de 2019

EN EL CIELO NO HAY RUMORES


En realidad Charlie pensaba que el Cielo sería muy parecido a Manhattan porque antes había imaginado que Manhattan sería muy parecida al Cielo. Eso sí, con notables diferencias. Para empezar, todo el mundo llevaría sombrero: las mujeres, pamelas, y los hombres, sombreros de fieltro, como esos que llevaban los actores en las películas antiguas, esos sombreros que ponían sobre la mesa antes de amenazar a alguien y que se empujaban para atrás con el dedo antes de besar a las chicas o mientras estudiaban el programa en las carreras de caballos. Charlie no estaba seguro de que las almas llevaran sombrero, ni siquiera estaba seguro de que tuvieran cabeza; pero estaba convencido de que, si al final las almas tenían cabeza, llevarían sombrero. Tenía también la esperanza de que, en el Cielo, no hubiera coches, no porque le molestase el tráfico, ni el ruido, ni el humo, sino porque los coches de los unos a menudo generan la envidia de los otros y esto en el Cielo le parecía muy poco apropiado.




 Y había más en el Manhattan-Cielo que Charlie imaginaba: los mejicanos y los rumanos y las bailarinas desnudas del Dolls y hasta los negros vivirían en los áticos con terraza de la Quinta Avenida y en los lofts del Soho y Tribeca y en las casas de piedra marrón de Chelsea y el Village y en los solemnes edificios de antes de la guerra, como el Dakota o el Ansonia, mientras que los anglosajones blancos repartirían tacos y sándwiches y rollitos de primavera a domicilio en destartaladas bicicletas. No se pensaría en inglés. Charlie había empezado a pensar en inglés aproximadamente a los dos años de llegar a Manhattan y desde entonces no había pensado gran cosa. Ni siquiera se dio cuenta de cómo ni por qué empezó a pensar en un idioma distinto al suyo. Simplemente sucedió. Al principio se trataba de reacciones automáticas. Palabras que le salían de la cabeza sin darse cuenta. Shit, damm it, mother fucker. Insultos. Ladridos. Al poco se dio cuenta de que lo pensaba todo en un idioma extranjero y que incluso su madre hablaba en esa extraña lengua en el mundo impreciso de sus recuerdos.




   Tampoco habría Yankees y Mets sino un alegre combinado con lo mejor de cada casa, con un Mike Piazza ya muy relajado, en el Cielo no hay rumores y si uno es o no homosexual carece de importancia, y con un Dereck Jeeter eternamente condenado a su mejor forma. Los taxistas seguirían teniendo un acento pronunciado, pero sería acento rumano que era el único que Charlie era capaz de entender. El show de Letterman duraría una hora y no treinta y cinco minutos. Nevaría todo el año, pero nunca haría frío, ni mucho calor, y la humedad rara vez pasaría del treinta por ciento. Las paredes del Holland Tunnel serían de cristal y estaría permitido fumar en todas partes porque, al fin y al cabo, en el cielo todo el mundo está ya muerto.
RAY LORIGA - "El hombre que inventó Manhattan" - (2004)

Imágenes: LibertAngelo


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